
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
En estos días Sofía ha estado en mi mente de manera constante.
Sofía es mi sobrina. Está a punto de cumplir 15 años, pero para el ojo no avisado podría pasar tranquilamente por 8, o en su defecto 9.
Nació a los seis meses de gestación, pesando apenas 600 gramos. Su supervivencia fue un milagro en sí mismo. Pero el milagro perfecto no existe: pregúntenselo al pobre Lázaro, cuya segunda vida sucumbió bajo el peso de la irrelevancia.
Al poco tiempo los médicos descubrieron que los riñones de Sofía no funcionaban bien. El transplante se convirtió en su única posibilidad. Mi hermano, su padre, terminó donándole uno de los suyos. Y desde entonces empezamos a aprender lo que significa la vida después de un transplante.
Por ejemplo que supone una ingesta eterna de inmunodepresores para evitar que el organismo rechace al órgano nuevo, realidad que tiene un corolario inevitable: con las defensas bajas, Sofi es candidata a pescarse cuanto virus se le cruce por las narices.
Pero además Sofía no crecía. Y no podían darle hormonas para potenciar el crecimiento hasta que no cumpliese ciertos requisitos. Aun cuando al fin se las suministraron, su desarrollo nunca fue lo que se esperaba. Por eso me ha recordado siempre al Oskar Matzerath de El tambor, la novela de Gunter Grass. No estoy seguro de que Sofía haya hecho lo de Oskar, decidiendo a conciencia no crecer ya más para no integrarse nunca al decepcionante mundo de los adultos; pero siempre estuve seguro de que Sofía sabía algo que a mí se me escapaba.
Ayer me llegó la noticia del nacimiento de otra Sofía, que mucho tiene que ver con este espacio. Sofía es la segunda hija de Mayté, a quien yo conocí y con quien trabé amistad gracias a este blog.
Yo que suelo ser optimista, en estos tiempos temo que el argumento que tantas veces oí sobre la superioridad de la especie humana (la racionalidad que nos prevendría de cometer dos veces el mismo error) no es sino propaganda, como aquella que se usa para pasar por buenos productos que dejan mucho que desear; porque lo que la Historia del último siglo cuenta sin atenuantes es, por el contrario, que los ciclos se acortan y que las mismas generaciones viven la misma tragedia dos veces, cambiando a lo sumo el rol de víctimas por el de victimarios. Y en este contexto, tanto la Sofía que me preserva de una verdad que no estoy en condiciones de tolerar como esta otra, que acaba de nacer y por ende es pura potencia, me empujan a ir más allá, a superarme a mí mismo si no quiero correr la misma suerte de Lázaro.
Mientras tanto necesito a todas las Sofías con que puedo contar.
A todas las sophias.