
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Aunque sigo el asunto de manera superficial (un signo de clara estupidez de mi parte), lo que alcancé a ver de los debates públicos en torno a la reforma sanitaria de USA confirmó un temor que viene gestándose en mí desde hace tiempo: que la conjura de los necios esté imponiéndose –o para ponerlo de modo menos eufemístico: que estemos a punto de ser definitivamente conquistados por los idiotas.
El espectáculo de la gente que se presenta a las asambleas populares para decir que Obama es un nazi que quiere asesinar a las abuelitas sería divertido, si su trasfondo no fuese más bien trágico.
Para empezar, porque esta gente está en todas partes. (Primer Signo del Advenimiento de los Idiotas: son legión y se reproducen con la velocidad de un seamonkey.) El hecho de que planteen objeciones tan irracionales quita lugar, por ejemplo, a que se oigan las objeciones racionales que podrían hacerse al plan de Obama o a cualquier otra iniciativa, por más progresista que se pretenda. Así, en lugar de informar o disipar dudas sensatas, hombres brillantes como el demócrata Barney Frank se ven reducidos a preguntarle a la gente en qué planeta pasa la mayor parte del tiempo, o concluir que hablar con sus compatriotas equivale a discutir con la mesa del living. El video de YouTube es divertido, pero no borra la amarga sensación de que todo el nivel de la discusión ha descendido a menos diez.
El problema con la idiotez es que nadie (empezando por aquel que esto escribe) está exento de ella. No hay Premio Nobel ni lama tibetano que no haya experimentado alguna vez un momento de intensa estupidez, o tomado decisiones importantes por los motivos más irracionales. La presencia de la estupidez en la cadena del genoma humano nos fuerza a todos a un módico de humildad, pero al mismo tiempo nos vuelve inoperantes para combatir el mal en su esencia: ¿con qué derecho puedo acusar a alguien de idiota, cuando yo mismo estoy a segundos, horas, días de cometer mi próxima estupidez?
La máxima goebbeliana del miente, que algo queda está siendo usada en el mundo entero por los Adalides de lo Peor, con la ayuda inestimable de los medios electrónicos que están por todas partes y son expertos en el arte de magnificar la nada. En una franca discusión política Sarah Palin no puede expresar siquiera un silogismo, pero basta con que diga en un discurso que Obama quiere organizar Paneles de la Muerte para matar abuelitas (hay que admitir que, de aquella pieza de ¿oratoria? tristemente célebre, esta fue la única frase que se le entendió) y que lo difunda por Facebook, para que miles de estadounidenses afectados por la crisis, maniatados por el miedo y poco proclives al ejercicio del pensamiento la acepten como estandarte.
(Continuará.)