Marcelo Figueras
Por todo lo que he leído sobre él, y también por lo que intuyo, creo que Carlos Gamerro es uno de los narradores argentinos más interesantes de hoy. Lo cual torna mi confesión en algo vergonzoso: no he leído ninguna de sus novelas, ni Las islas, ni El secreto y las voces, ni La aventura de los bustos de Eva. Mea culpa. Me dispongo a redimirme en breve. (No hay tantos escritores argentinos que valgan la pena como para darme el lujo de dejar pasar a quien promete.) Pero sí he leído los artículos que Gamerro publica de tanto en tanto en los suplementos culturales de Página 12 y de Clarín. Aquí sí puedo dar fe: Gamerro es un ensayista brillante, culto e inteligente pero jamás pedante, de esos que escriben tan bien y exponen con tanta elocuencia que te convencen de que están en lo cierto aun cuando hablan de escritores a los que uno no ha leído.
Esas vueltas de la vida (me invitaron a la feria del libro de mi viejo colegio, y como obsequio me dejaron elegir un título de los que ofrecían en sus mesas) hicieron que cayese en mis manos El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos, una compilación de algunos de aquellos artículos que recordaba haber leído y de algunos otros que resultaron una novedad para mí. El ensayo que da nombre al libro es verdaderamente interesante. Gamerro sostiene que la literatura argentina empezó “muy bien y muy mal al mismo tiempo y a manos de la misma persona”. En efecto, Esteban Echeverría escribió tanto el insoportable poema La cautiva como el impresionante cuento El matadero. En algún sentido La cautiva simboliza todo lo que no hay que hacer (en este caso la insinceridad, la impostura del artista), mientras que El matadero encarna el descubrimiento de algo nuevo. Al relatar la humillación y muerte de ese joven unitario, Echeverría produjo un texto desaforado y por eso único. En algún sentido Gamerro se apoya en una tesis de David Viñas (“La literatura argentina empieza con una violación”), pero para definir el impacto que ese cuento conserva aún hoy debe ir más allá: enseguida recurre al ejemplo de La naranja mecánica para tratar de explicar la reacción visceral que el texto de Echeverría provoca, “un salvajismo y explicitud que no volverán a repetirse, en nuestra literatura, hasta bien entrado el siglo XX”. Lo que me gusta es la vuelta de tuerca que da, cuando sugiere que el lenguaje del vulgo –en este caso, los mazorqueros asesinos- se apodera de Echeverría y mancilla también su texto, llenándolo de obscenidades… y produciendo en el proceso ese algo nuevo que antes no estaba allí, aquel texto que nos funda. “El lenguaje del matadero violando al lenguaje de salón: de este parto nace nuestra literatura de ficción”, escribe Gamerro.
Más allá de este ensayo Gamerro escribe también sobre Capote, sobre Hawthorne, sobre Saer, sobre Joyce, sobre Manuel Vásquez Montalbán. Su artículo sobre Salinger me impulsó a releer El guardián en el centeno. (Gracias, Gamerro.) El texto sobre Rodolfo Walsh me parece impagable, en especial ahora que se publica completo, con un párrafo final que había perdido al ser reproducido en un diario. Y el artículo Borges y la tradición mística me encantó; de hecho, creo haber repetido en este lugar una cita de Gershom Scholem que Gamerro incluye allí y que en su momento iluminó mi día.
Releyendo a Salinger subrayé un párrafo que viene a cuento. Aquel en el que Holden Caulfield dice: “Los que me encantan son esos libros que, una vez que los terminaste, te dan ganas de que el autor fuese un gran amigo tuyo y pudieses llamarlo por teléfono cada vez que te diese la gana”. Leyendo este libro de Gamerro sentí lo mismo que Holden, y lamenté no conocerlo desde antes ni tener a mano su teléfono.
Cuando lea las novelas les cuento.