
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Volviendo al asunto de la edición de Aquarium, mi nueva novela, puedo anunciar después de larga búsqueda y no pocos requiebros: ¡habemus tapa!
La de la portada de un libro es una cuestión delicada. Es verdad que los autores la sobredimensionamos, otorgándole una importancia que el tiempo reducirá a sus justas proporciones: ¿cuántos libros maravillosos salieron al mundo con tapas detestables? Pero en la ansiedad del parto, la imagen se asimila en efecto al rostro del proyecto –y uno siempre quiere que su hijo sea lo más bonito posible.
Si fuese apenas una cuestión de belleza, bastaría con recurrir a la imagen más preciosa del mejor libro de arte. Pero el quid del asunto pasa por otro lado. Lo que uno pretende es que ese rostro no sea equívoco respecto del contenido. Que más allá de su valor estético comunique algo que informe no sólo sobre el tema o la anécdota de la historia, sino también sobre su espíritu.
A este respecto mi experiencia es variadísima. No recuerdo quién sugirió la tapa de El muchacho peronista (1992): ¡yo estaba tan ansioso por editar que hubiese aceptado cualquier cosa! Finalmente apareció ese rostro infantil, que me parecía potable como imagen del protagonista, el niño Roberto Hilaire Calabert, que fugaba un día de su casa para buscar aventuras y encontraba a cambio algo más parecido al Infierno. Algo bastante parecido a mi propia experiencia con la novela…
El espía del tiempo tuvo una cara elegida en España. Como se trataba de algo que se me ocurrió describir como thriller metafísico, la opción no era mala: aire de misterio, sombras… La tapa de la edición hardcover de Drood, de Dan Simmons, me trajo recuerdos del asunto. Me pregunto qué portada elegirán en Alemania, donde está por editarse. Pero no me preocupa: mi experiencia con la gente de Nagel & Kimche ha sido más que buena hasta el momento.
Kamchatka no costó nada: la idea del tablero del TEG y las manos de padre e hijo estaba casi cantada. Algunas ediciones utilizaron después imágenes de la película de Marcelo Piñeyro. Pero mi favorita es la versión holandesa, la foto de un niño que está de espaldas espiando algo oscuro. Me produce escalofríos porque podría ser un retrato del niño que fui, precisamente en aquella época que narra la historia: las mismas zapatillas, el mismo corte de pelo… Tiempo más tarde, la editora Nelleke Geel me informó que se trataba de una foto tomada durante los años 70 en Buenos Aires. ¡Pero nunca sabré si era yo en verdad o no!
(Continuará.)