
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Después de un larguísimo proceso, la Justicia argentina encontró al sacerdote Julio César Grassi culpable de abuso de menores, agravado por su doble condición de cura y de tutor legal de los chicos mancillados. Los jueces lo condenaron a 15 años de prisión, y en el mismo acto –he aquí lo sorprendente- dictaminaron que no era necesario que quedase detenido, hasta que se dictase sentencia en firme. Esto equivale a decir que Grassi está hoy en su casa, como ustedes y yo. Además le concedieron el derecho de visitar la misma institución en que perpetró su delito (una fundación llamada, de manera que hoy sólo puede ser entendida como ironía, Felices Los Niños), supervisado por una persona que será designada por… ¿Adivinen quién?
El mismo Grassi.
Ayer Luis María Andueza, presidente del tribunal que lo condenó, explicó que los jueces consideraron que el cura no reincidiría. Yo quiero creer que estos prohombres del derecho saben lo que hacen, pero sigo preguntándome en qué se basan para suponer que este hombre no sucumbirá a las mismas pulsiones que, de acuerdo a las pruebas que el mismo tribunal dio por verdaderas, se adueñaron de él en más de una oportunidad; y por qué, para mayor agravante, lo dejan circular sin supervisión cuando Grassi dio ya pruebas de estar dispuesto a fugarse –eso es precisamente lo que hizo antes de ser detenido por primera vez.
Si este hombre no fuese quien es (un sacerdote católico, amigo de estrellas y de políticos, de alto perfil mediático, administrador de donativos millonarios de oscuro destino) y fuese en cambio un simple pedófilo, ¿se animarían Andueza y sus colegas a poner las manos en el fuego por él? ¿O estaría encerrado ya en una prisión común, en espera de que sus nuevos compañeros le brinden la clase de bienvenida que en las cárceles se les da a los violadores de niños?
Lo más patético de todo es que Grassi está aprovechando este bonus de libertad para pasear por todos los programas de TV y ridiculizar a la Justicia, que según él no dio por probado ningún crimen.
Está claro que no hay mayor víctima en este caso que los menores de edad que fueron forzados, y cuyo testimonio no sirvió para aumentar la condena del cura. (De los tres casos por los que se lo acusaba, la Justicia lo encontró culpable de uno solo.) Pero aunque más no sea en la módica medida que les toca, Andueza y sus colegas se merecen este escarnio. Eso es lo que suele pasar cuando se practica la piedad con los crueles. Lejos de mostrarse agradecidos y bajar el perfil, levantan la cabeza y van por más.
Grassi va por más. Esperemos, en todo caso, que ese ‘más’ que busca se limite a la mostración egocéntrica por TV, en vez de traducirse en una nueva víctima de esas que apenas levantan un palmo del suelo.