Marcelo Figueras
Esta semana fue abrasadora en la Argentina. Así como nevó en invierno de manera inusual, este veranito convirtió al aire en algo incandescente, como aquel viento al que Heródoto atribuía el poder de prenderse fuego. En semejantes condiciones, uno de los mejores lugares para pasar el tiempo es un cine. No es que a mí me cueste mucho encontrar excusas para ir a ver una película, pero en fin, ahora que tengo una tan razonable…
Fui a ver American Gangster. A la que algún genio se le ocurrió rebautizar aquí American Gánster, imagino que en referencia a la palabra gan, que significa… uh… en fin, que nos salvamos por un pelo de que a la peli de Scorsese la llamasen Gans of New York, que de ese modo hubiese sonado a documental sobre los gansos de Manhattan.
Definitivamente, Ridley Scott no es ningún genio. El tipo es competente, y debutó con una seguidilla de películas inolvidables (Los duelistas, Alien, Blade Runner) que nos hicieron creer que estábamos en presencia de uno de los grandes. Veinticinco años después, más allá de algún acierto aislado –Thelma & Louise, por ejemplo- y de un Oscar vergonzante -hablo de Gladiator-, queda claro que en el mejor de los casos, este Scott -porque también está su hermano menor, Tony- no es más que un artesano efectivo.
American Gangster recrea la historia real de Frank Lucas, un mafioso de los años 70 que se convirtió en el mayor dealer de su tiempo, importando droga de calidad directamente desde Oriente utilizando aviones militares como transporte. Desde el comienzo está claro que Scott pretende deslizarse sobre un doble riel: el de las películas de aquella época de gloria del cine de Estados Unidos -la era de Lumet y de Friedkin, de Hal Ashby y de Bob Rafelson, de Peter Bogdanovich y del primer Scorsese-, con su humanidad descarnada que reinventaba todos los géneros, y la del paradigma de las películas de gángsters, no por casualidad también fechado en aquella época: esto es, El Padrino de Francis Ford Coppola.
Scott lo tiene todo: buenos actores -Denzel Washington, Russell Crowe-, presupuesto generoso, guionista premiado -Steve Zaillian-, una banda sonora maravillosa que la misma época le proporciona y una rica historia real de base. Pero se queda a las puertas de la grandeza, porque no consigue nunca que funcione el conjuro con que pretende convocar la magia del pasado. Sus personajes nunca tienen la humanidad de los grandes personajes del cine americano de los 70: están esbozados, nunca llegan a estar del todo vivos. Cuando una escena parece aproximarse a la intensidad de lo real, Scott corta a la siguiente; su origen publicitario lo traiciona, está demasiado preocupado por mantener el tren en movimiento para permitirse que algo verdadero, conmovedor ocurra.
Y eso es lo que determina que el riel del género tampoco termine de funcionar como debiera. Lo que daba grandeza a la trama policial de El Padrino era la humanidad de sus personajes. En American Gangster la trama funciona, pero no emociona nunca más allá de la piel. Ah, lo que hubiese hecho Michael Mann con el mismo guión…
Pero en fin, la película se deja ver. En especial si afuera hace calor. Y el cine tiene un buen aire acondicionado.