Andrés Ortega
Al oficiar el pasado domingo en la Capilla Sixtina la misa en parte según el reinstaurado (en términos voluntarios) rito trentino, el Papa Benedicto XVI no le dio sólo la espalda a los fieles sino a la modernidad, aunque sea con carácter "extraordinario". Es una forma para la Iglesia católica de recuperar sus esencias. Quien haya seguido los escritos del cardenal Ratzinger no se debe sorprender, ni de esto ni de su mirada hacia España para evitar una creciente separación de Iglesia-Estado (volveremos sobre el sentido de lo laico). Ya lo dijo hace un tiempo: prefiere una Iglesia auténtica y más pequeña que una más laxa y más grande, pensando que el rebaño acabará regresando. De paso intenta cerrar la separación con los integristas lefebvristas. Puede ser el discurso de una minoría, pero es la que manda.
La radicalización -son los más radicales los que más crecen- es un fenómeno que no se da sólo en la Iglesia católica, sino en casi todas las religiones. Además de con los no creyentes o con el Islam, el catolicismo compite ahora dentro del cristianismo no sólo con protestantismos clásicos, sino con los nuevos evangelismos, la Cienciología (que ha pasado en España del status de secta al de religión) y otros, una situación nueva para España. Y por eso, entre otras razones además de sus reales convicciones teológicas, ha empujado el Papa Ratzinger por un cierto regreso a Trento, desandando en parte lo andado por el Concilio Vaticano II. Aún no ha recurrido al latín, cuyo uso ampliado ha autorizado, pero todo se andará. Claro que a diferencia del Islam donde el Corán sólo se puede leer y recitar en árabe, el latín es lengua muerta que ya ni estudian todos los alumnos en los colegios como antaño. Pero eso es quizás lo que se busca: volver al misterio, que no los fieles no se enteren. Que sigan al Papa, en vez de ir, a veces, por delante.