
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Terminé de leer una novela que comencé a releer de inmediato, cosa que nunca antes había hecho. Se llama Blood Meridian, or, The Evening Redness in the West, de Cormac McCarthy, y es la primera obra maestra contemporánea que he leído desde The Adventures of Augie March de Saul Bellow; un relato que sin duda alguna se instalará más temprano que tarde entre los más grandes de la literatura, junto a Moby Dick y Heart of Darkness –de los cuales en más de un sentido es tributario.
Como tantos otros, yo empecé a leer a McCarthy por sus obras más recientes: No Country for Old Men y The Road, por la cual ganó el Pulitzer. Me habían parecido tan admirables como impiadosas en su mirada sobre el fenómeno humano. Pero hasta que leí Blood Meridian no había advertido, primero, que en comparación con esta obra de 1985, No Country y The Road eran casi una fiesta. (The Road cuenta una historia terrible ubicada en un mundo post-apocalíptico, pero al lado de Blood Meridian suena a Heal the World de Michael Jackson.) Y en segundo lugar, se me había escapado inevitablemente que tanto No Country como The Road eran más bien figmentos, narraciones construidas sobre fragmentos de ese universo que se coaguló en Blood Meridian de una forma que –McCarthy debe saberlo mejor que nadie, condenado como está a contentarse con ecos de aquella grandeza- resulta por completo irrepetible.
Leer Blood Meridian lo pone a uno en trance. A mí me ha pasado tan sólo con un manojo de autores y de libros, que me mueven a levantarme de la silla y leer en voz alta como quien pronuncia un conjuro que, de manera inexorable, transforma el mundo que me rodea con la sonoridad y el ritmo de sus palabras. Shakespeare. Una buena traducción de La Biblia. Bellow. Moby Dick. Conrad. No muchos más.
Blood Meridian me transportó a un estado del alma a la vez sublime y desesperante. En algún sentido fue como asistir a la representación de un misterio gnóstico; parábola y rito en simultáneo, que al igual que King Lear constituye una iniciación –terrible, sórdida, y a la vez…- a lo esencial de la existencia humana.
Si no les molesta, y con profunda modestia, en los días que siguen voy a tratar de explicar(me) la fascinación que Blood Meridian despierta con toda justicia.
(Continuará.)