Marcelo Figueras
En una entrevista concedida a The A.V. Club (www.avclub.com), el cineasta y ex (¿ex?) Monty Python Terry Gilliam habló de algo sobre lo que me ha gustado especular aquí más de una vez: el hecho de que la corrección política pasteurice y por ende banalice los relatos dirigidos al público infantil –la mayor parte de esas historias son víctimas, hoy, de la más flagrante autocensura.
El periodista Sam Adams le dice al director de Brazil y Twelve Monkeys que “hemos desarrollado una visión super limitada sobre la vida interior de los niños. Antes se les leía los cuentos de hadas de los Grimm y aún así crecían de manera saludable”, aunque concede que The Red Shoes es “más bien horrible en más de un sentido”.
A lo que Gilliam responde: “Es por eso que semejantes historias son importantes. Sirven para desarrollar los músculos de los niños, para despertarlos a las situaciones que la vida suele ofrecer. Los niños no le temen a la muerte. Eso es lo otro que la gente no comprende. La muerte, creo, simplemente es una idea extraña para ellos… ¿Por qué los adultos se asustan tanto ante esta cuestión? …Dicen que lo hacen para proteger a los niños. Pero no se puede protegerlos. Hay que darles oportunidad de que tengan oportunidades. Dejar que su imaginación fluya. …De otro modo es igual a calzarles un traje como el que Bruce Willis vestía en Doce monos: un condón que cubre el cuerpo entero, para así lanzarlos al mundo”.
Yo tiendo a estar de acuerdo con Gilliam. Siento que la imaginación de los niños es infinitamente más anárquica y salvaje de lo que los relatos de este tiempo quieren asumir. De ahí el encanto perenne de, por ejemplo, la saga de Alicia según Lewis Carroll, tan pasteurizada por Disney en su viejo dibujo animado. (Ya veremos que hizo Tim Burton al respecto…) Y pensar que hay gente que cuando se dice La sirenita piensa también en su disneyficación… ¡Pocos relatos han sido más banalizados que el original del eterno patito feo Hans Christian Andersen!
Los relatos clásicos (Grimm, Andersen) siguen encontrando eco en las mentes infantiles porque les resultan más perturbadores, menos predecibles que la papilla intelectual que están acostumbrados a recibir. Cuando los leen en su versión original, comprenden que allí hay algo misterioso que aunque no decodifiquen de inmediato deben investigar. (¡Como me ocurrió a mí con la versión trágica de Robin Hood!) Y eso no es malo, como no lo es tampoco que los niños pregunten porqué el viejito de Up no pudo tener hijos. Es bueno precisamente porque les lleva a hacerse preguntas sobre los aspectos de la vida que no podemos controlar –o sea, a diferencia de lo que nuestras sociedades temerosas quieren comunicar: casi todos.
¿Qué piensan ustedes?