Marcelo Figueras
Cualquiera que viese un noticiero en estos días argentinos, pensaría que vivir aquí es una experiencia no menos traumática que la de la Londres de Jack El Destripador o la del Bronx legendario, en el peor de sus momentos: asesinatos, robos y violaciones por doquier. Por supuesto, la mayoría de los criminales denunciados y perseguidos -mediáticamente, cuanto menos: aquí nadie tiene mayor vocación policial que los medios- son menores de edad. Días atrás, la cacería y ulterior captura de un chico apodado Kitu cobró dimensiones de frenesí dionisíaco. Cualquier espectador desprevenido habría supuesto que Kitu era el Enemigo Público Número Uno. Sin embargo yo no pude ver en él más que otro Chico Perdido, a la manera de James Barrie; peligroso y hasta mortal, quizás, pero Perdido de todos modos.
Mientras tanto, los Enemigos Públicos que yo conozco siguen libres y gozando del favor de la comunidad: empezando por aquellos que abusan de su uniforme para dedicarse al delito organizado (en este país no existe verdadero hecho mafioso sin connivencia policial, o cuanto menos de ciertos funcionarios) -y también los otros: los que producen ganancias siderales y evaden impuestos, los que están en condiciones de alterar el mercado a favor de sus propias especulaciones, los que aprovechan el cuento de la crisis para despedir o posponer aumentos largamente postergados… (Lo dejo en puntos suspensivos para que completen la lista a su gusto.)
¿Será suspicacia pensar que la campaña mediática en torno de la ‘ola de inseguridad’ tiene que ver con que el tema es el único argumento efectivo de la oposición en contra del gobierno, ahora que el cuento del campo hizo implosión? ¿Será paranoia mía la sensación de que los crímenes denunciados ocurren casi todos en el Gran Buenos Aires, ahora que el gobernador Scioli hace campaña para bajar la edad de imputabilidad de modo de poder encarcelar menores cual si fuesen mayores? En ese caso pido disculpas, soy así porque la experiencia me enseñó a descreer de este tipo de ‘casualidades’.
No sé por qué me vinieron a la cabeza los versos de una vieja canción de Charly García: ‘Enciende los candiles, que los brujos piensan en volver / a nublarnos el camino’.
(Continuará)