
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Cualquier escritor que admita haber nacido dos veces, la primera por los medios convencionales y la segunda a los diez años cuando leyó A Scandal in Bohemia (una de las más populares aventuras de Sherlock Holmes), cuenta con toda mi simpatía. Por supuesto, Michael Chabon ha hecho muchísimos méritos más para ganarse mi admiración. Empezando por sus novelas (Wonder Boys, The Amazing Adventures of Kavalier & Clay, The Yiddish Policemen’s Union) y siguiendo por sus artículos y ensayos. El libro Maps & Legends, que reúne textos dedicados a algunas de sus ficciones favoritas (desde Holmes, obvio, a la trilogía de Philip Pullman His Dark Materials, pasando por Cormac McCarthy e historietistas como Will Eisner y Howard Chaykin), entrelaza al igual que sus ficciones el placer con la iluminación –lo mejor de ambos mundos.
De todos sus ensayos, el que más cercano sentí a mi corazón fue uno llamado The Recipe for Life, algo así como ‘La receta para la vida’. Allí, a partir de su experiencia investigando el tema de los gólems para Kavalier & Clay, sugiere que la mítica creación de estos autómatas se parece mucho a la creación literaria.
Chabon cita a Gershom Scholem, el autor de The Idea of the Golem, como fuente de su teoría. Para crear a un autómata como el del folklore judío hay que recitar un encantamiento, y ‘el encantamiento, por cierto, es la tarea del lenguaje… Un gólem cobra vida gracias a fórmulas mágicas, que se pronuncian de a una palabra por vez’. Me encantó el detalle: a veces la palabra que se graba en la frente del monstruo de arcilla con el propósito de darle vida es emet, que significa ‘verdad’. Pero si uno quisiese matar al gólem, en cambio, lo que debería hacer es borrar la letra inicial (¡aleph!) de la frente, dejando sólo met –que significa ‘muerte’.
La idea es pronunciar el encantamiento todas las veces que sea necesario, hasta entrar en una suerte de trance. Y por supuesto, llegado el momento clave la creación de un gólem se vuelve peligrosa –lo fue para el Rabbi Elijah, lo fue para el doctor Frankenstein. ‘Como en el caso de todas las creaciones –dice Scholem- entraña un riesgo para la vida del creador’. Y Chabon concuerda: ‘Todo lo bueno que ha escrito me ha hecho sentir incómodo y asustado durante alguna parte del proceso’.
Esto se está poniendo bueno. Mañana la sigo.