
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Estaba a punto de escribir sobre Los topos, la novela de Félix Bruzzone, cuando sonó el teléfono. Era Martín Pérez, de la revista La Mano. Con la excusa de los treinta años de La grasa de las capitales, segundo álbum de Serú Girán, me ofreció una columna para hablar de una de las canciones del disco. Sin pensarlo demasiado me quedé con Viernes 3 AM.
Pocos minutos después, revisando la letra de la vieja canción amada, entendí hasta qué punto Viernes 3 AM dialogaba con Los topos, a pesar de que fue escrita cuando Bruzzone no llegaba siquiera a los tres años de vida.
Cambiaste de tiempo y de amor/ y de música y de ideas./ Cambiaste de sexo y de dios/ de color y de fronteras, canta Charly García.
La novela de Bruzzone, narrada en primera persona al igual que buena parte de sus relatos, está protagonizada por un hijo de desaparecidos. (Como Bruzzone mismo, para sacarnos de encima el asunto de una vez.) La noticia de que su chica, Romina, puede estar embarazada –esto es, la perspectiva de convertirse en padre-, raja el velo de su existencia. Todo lo que hasta entonces lo constituía se desintegra: el trabajo de repostero que heredó de la abuela Lela, su vivienda, la tibia relación con la agrupación HIJOS, su historia amorosa con Romina. (‘Quizá ella buscaba ordenar su vida, y la mía, y yo sólo quería apalearme’, dice el protagonista sin hacerle ascos al retintín arltiano.)
De un día para el otro inicia relación con un travesti que se hace llamar Maira. Pronto empieza a sospechar que Maira es en realidad su hermano, el otro hijo que su madre habría parido en la ESMA durante el cautiverio. (Según conjeturas de Lela, cuanto menos.)
‘…mis únicos vínculos con la realidad, aparte de lo del embarazo, eran Maira, Lela y las tortas’, dice el narrador.
Entonces el embarazo se convierte en una incógnita. Lela muere. Las tortas quedan en el olvido. Y Maira desaparece.
Cortadas todas las amarras, la realidad queda atrás. Y la novela comienza al fin.
(Continuará.)