Marcelo Figueras
¿Alguna vez nos liberaremos de los pecados de nuestros padres?
Viendo en DVD la segunda temporada de la serie Deadwood, que recrea un momento especial de la historia de los Estados Unidos -el tránsito entre los núcleos humanos regidos por la ley del más fuerte y las ciudades-Estado modernas-, pensé inevitablemente en la Argentina seminal y, por añadidura, en el origen de todas nuestras naciones. HBO viene especializándose en estos relatos épicos que recrean sucesivas (re)fundaciones del mundo moderno: además de Deadwood, lo hizo también con Roma. (En algún sentido, The Wire narra el proceso inverso: el momento en que la ciudad-Estado moderna deja de funcionar y revierte a una condición casi salvaje, en la que nada pesa más -otra vez- que la ley del más fuerte o del más rico, que viene a ser la misma.)
Para los creadores de las series y también para los espectadores, se trata de un interesante ejercicio creativo: imaginar cómo deben haber sido aquellos tiempos y aquellas circunstancias del modo más realista posible, ahora que casi no existe censura en materia de temas, circunstancias y lenguaje (pocas series más mal habladas, violentas, plagadas de prostitutas, cafishios, estafadores, psicópatas y racistas que Deadwood); y por ende reinventando los géneros con que nos habituamos a ver relatos semejantes. Con la excepción de Yo, Claudio (y si se quiere, de la Calígula porno), nunca hubo un relato de togas y espadas más adulto que Roma. Deadwood también usa la parafernalia del género -en este caso, el western- para hablar del mundo de hoy. Y The Wire nos convence de que ya no tiene sentido hacer un policial si no atendemos a las causas sociales y políticas que están en la raiz de la mayoría de los crímenes.
Sin duda alguna, los mundos alumbrados tanto en Roma como en Deadwood son crueles, y lo que los separa de sus previas encarnaciones nunca es más que una pátina de orden y civilidad. ¿Pero no han nacido todas nuestras naciones y nuestras ciudades de manera similar? ¿No se parece nuestra Historia a un largo listado de atrocidades -conquistas, esclavitud, guerras, traiciones, limpieza étnica, más guerras, nuevas formas de la esclavitud, injusticia social, represión, genocidios, más traiciones- que llevan al corolario pírrico del ordenamiento legal de una Nación?
Aunque los patrioteros pretendan lo contrario, no tenemos demasiado de qué enorgullecernos. Es verdad que podemos entender mejor que nunca las pasiones que movieron a los personajes de la Historia: hijos de un mundo aun más violento que el del orden natural, hicieron lo que pudieron, lo que sabían hacer, con los elementos que tenían a mano. Lo que me pregunto es si alguna vez nosotros haremos lo que podemos hacer, ¡lo que debemos hacer!, para dejar detrás este ordenamiento salvaje al que estamos sometidos y parir sociedades menos injustas, menos adictas al sacrificio de sus hijos.
En estos días de un mundo entregado a un sálvese quién pueda, necesitamos más que nunca renunciar a los pecados de nuestros padres.