Marcelo Figueras
Y salieron las nominaciones para los premios Oscar, nomás… Predecibles como suelen serlo, dicho sea de paso. Nadie dudaba de que las películas de los Coen (No Country for Old Men, basada en la novela de Cormac McCarthy), Joe Wright (Atonement, basada en la novela de Ian McEwan) y Paul Thomas Anderson (There Will Be Blood, basada en el relato de Upton Sinclair llamado Oil) iban a estar entre las más nominadas, debido a la buena prensa que deriva de su prestigioso origen literario, sus aclamadas interpretaciones -de Javier Bardem a Daniel Day Lewis- y su aliento épico, que suele ablandar las rodillas de los votantes de Hollywood.
Siempre hay lugar para algunas sorpresas: la performance de Juno, por ejemplo, que además de las esperables nominaciones para su actriz -Ellen Page- y su guionista debutante -Diablo Cody- arrancó un reconocimiento para su director, el muy joven Jason Reitman, hijo a su vez del conocido director de comedias Ivan Reitman. Esto no es malo de por sí, dado que está bien que alguna vez nominen al director de una comedia –Juno lo es- en vez de privilegiar, como suelen hacer, a los directores de dramones como los antes mencionados. El asunto es que nominar a Reitman significó no sólo desbancar a Joe Wright -que dirigió una de las candidatas a mejor película, Atonement, a pesar de lo cual se quedó sin diploma: se ve que esta ‘best picture candidate’ se dirigió sola-, sino también que se ningunease a directores que sin duda alguna se merecían figurar en el quinteto seleccionado. Por ejemplo David Fincher, por Zodiac. O Sean Penn, cuya Into the Wild resultó groseramente ignorada: ni siquiera seleccionaron al actor Emile Hirsh, cuya actuación -según dicen: tal como protesté días atrás, en Hispanoamérica seguimos sin ver la mayor parte de los títulos en danza- figuraba en todas las listas de favoritas.
Otro asunto notable es el retroceso del cine mundial en la consideración de Hollywood. Hasta el año pasado venía viéndose un módico reconocimiento: películas chinas, mexicanas, japonesas se veían distinguidas en categorías que iban más allá de la obvia de Mejor Película Extranjera -llegando, en algunos casos, a disputar Mejor Película a secas. Este año se ve un contraataque de la producción americana. Yo no sé si Juno merece estar en el podio de las mejores películas, pero sí me consta que Michael Clayton no debería estar allí, así como tampoco debería estar su director y guionista, Tony Gilroy, y ni siquiera su protagonista George Clooney -con todo lo bien que me cae. Me huele que películas como Sweeney Todd o The Diving Bell and the Butterfly, ¡e incluso la misma Zodiac!, harían allí un mejor papel. Muchos críticos -los del New York Times- sostienen que la rumana 4 Months, 3 Weeks and 2 Days debería ser candidata a Mejor Película, pero no figuró por ninguna parte. The Diving Bell obtuvo algunas candidaturas a pesar de que está hablada en francés, pero su director, Julian Schnabel, es norteamericano -¡y resultó seleccionado como posible Mejor Director! Y las nominaciones a Bardem y Marion Cotillard por La Vie en Rose tampoco cuentan: en Hollywood suelen nominar actores extranjeros, lo que les cuesta es nominar películas, directores, guionistas que no tengan pasaporte americano, o en su defecto inglés.
Discutir el Oscar es un deporte de práctica anual. En caso de que la ceremonia no se realice a causa de la huelga de guionistas, mi simpatía anticipada para los ganadores: debe ser feo llegar a ganarse un Oscar para recibirlo no ante los ojos del mundo, sino por correo.