
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
El Presidente de los Estados Unidos habló ayer en Egipto, dirigiéndose a todos los musulmanes del mundo. Desde entonces tirios y troyanos están debatiendo el discurso, analizando su contexto (es verdad que Egipto dista de ser el país-tribuna ideal, tratándose de un régimen donde la democracia brilla por su ausencia) y desbrozando cada frase.
Por supuesto, se trata del tipo de piezas oratorias que por definición no puede contentar al mundo entero, y corre más bien el riesgo de irritar a todos los implicados. Pero más allá de las consideraciones sobre lo que faltó, sobró, pesó demasiado o pesó poco, existió en ese discurso una definición que yo considero histórica. Tanto es así, que apenas la oí debí acudir a los diarios online para asegurarme de que mis oídos no me habían engañado.
Hablando de Palestina en tiempo presente (lo cual, aunque parezca mentira, es todo un logro tratándose de un mandatario de USA), hizo foco en sus habitantes y en “las diarias humillaciones, grandes y pequeñas, que derivan de la ocupación”.
Obama dijo la palabra con O. Aquella que hasta ayer era considerada impronunciable por un Presidente de los Estados Unidos, y que describe en términos funcionales la relación entre el Estado de Israel y los territorios palestinos.
Ocupación.
Nueve años atrás, cuando visité esa zona para escribir sobre la Intifada para una revista española, mi bautismo de fuego fue elocuente. Era un viernes a mediodía, y en el corazón de la Ciudad Vieja, los soldados israelíes impedían el acceso a la mezquita a los musulmanes menores de 45 años.
La pregunté a mi fotógrafo, Pasqual Górriz, cuál era la razón de semejante decreto.
Pasqual me dijo que el día anterior el ejército israelí había eliminado a un miembro de la OLP.
“Pero si fueron los israelíes los que atacaron”, pregunté desde mi ingenuidad, “¿por qué prohiben que los musulmanes se junten a rezar?”
Por toda respuesta, Pasqual me dirigió una de esas sonrisas que sólo produce la gente cuando está cansada de tratar de explicar lo inexplicable.
En medio de la batahola que se había armado (los musulmanes protestaban y forcejeaban, los soldados resistían, empezaron a volar los culatazos), un viejo que vio la cámara de Pasqual y mi semblante desconcertado se nos acercó, y con gesto enojado dijo en perfecto inglés:
“This is the occupation!”
(Este episodio figura, apenas alterado, en la novela Aquarium.)
Nueve años después, Obama le dio la razón a aquel viejo.
No será mucho, cuando se lo mira a través del prisma de la sangre derramada. Pero al menos en términos jurídicos, se trata de un paso para la humanidad tan enorme como el de Neil Armstrong en la luna.