Marcelo Figueras
Qué bonita película es The Diving Bell and the Butterfly, de Julian Schnabel. Basada en el libro de memorias de Jean-Dominique Bauby, que a los 43 años sufrió un ataque cerebrovascular que le quitó a su cuerpo toda movilidad con la extraña, poética excepción de su párpado izquierdo, el film hace suyo el desafío que enfrentó Bauby: encontrar la manera de expresarse, y hasta de volar, a pesar de estar confinado en la cárcel de un organismo inerte.
Bauby era editor de la revista Elle en París. Separado de la madre de sus hijos -que son dos y no tres, como en la película-, estaba en pareja con una colega periodista cuando sufrió el ataque. Al salir de un coma de veinte días, los médicos le diagnosticaron una condición llamada síndrome locked-in, siendo locked-in el equivalente en inglés de la palabra encerrado. Así estaba Bauby en realidad: encerrado dentro de su cuerpo, puesto que podía pensar y ver y oír, pero no controlar ninguna parte de su cuerpo -salvo el dichoso párpado. Con la ayuda de terapeutas, aprendió un método que se convirtió en su único modo de expresión: estas mujeres recitaban delante suyo el alfabeto y Bauby parpadeaba cuando oía la letra que quería usar. Fue así que, en el curso de dos meses, alcanzó a ‘dictar’ el texto del libro que en su idioma se llamaría La escafandra y la mariposa, aludiendo a la sensación de estar hundido en el mar y a la libertad que aun así le proporcionaban sus dos medios de escape: ‘La memoria y la imaginación’.
El film se ha tomado libertades con la historia que borran con el codo el mensaje que Schnabel pretende escribir con la mano. En la película la que cuida sistemáticamente de Bauby es su ex mujer, mientras que su novia resulta pintada como caprichosa y egoísta, negándose de hecho a visitarlo con la excusa de que no quiere ‘verlo en esa condición’. Todo indica que en verdad fue su novia, Florence, quien lo cuidó a diario. Pero fue la ex mujer quien se relacionó con el guionista Ronald Harwood y con Schnabel, logrando así, al menos en apariencia, una pequeña victoria post mórtem sobre la mujer que se quedó con el amor de Bauby. De hecho Elle no cubrió el estreno de la película, limitándose a una texto donde honraba a Bauby y a Florence como su compañera de todas las horas. Esas cosas tan tristes de la condición humana: ¿cómo se puede ser tan mezquino, en especial cuando se trata de una historia que pretende ensalzar un triunfo del espíritu?
Más allá de las zancadillas, el film es bello y transmite lo esencial de la aventura de Bauby. Encerrándose voluntariamente dentro de su mente -la mayor parte del relato está contada desde la perspectiva de ese ojo libre-, Schnabel narra en imágenes el tránsito del encierro a la trascendencia. En algún sentido la epopeya de Bauby es la misma a la que nos enfrentamos todos. Más allá de que el locked-in syndrome exagere las limitaciones de la condición humana, en esencia todos estamos encerrados dentro de nuestros cuerpos; y sufrimos y hacemos sufrir con nuestra torpeza para comunicarnos; y padecemos por culpa de nuestra impotencia para cambiar el mundo exterior con nuestros actos. Bauby tuvo que ser privado de (casi) todos sus poderes para ponerse en contacto con la parte más luminosa de su ser, y producir belleza -en este caso un libro- que seguirá transformando al mundo para bien, aun cuando él ya no esté entre nosotros. (Murió de una infección, diez días después de la edición de sus memorias.) Sumergido en lo más hondo, descubrió que su memoria y su imaginación eran todo lo que necesitaba para ser libre y vivir intensamente, incluso en el fondo de la caverna de su mente. Bauby mismo no lo dice en el film, pero de todos modos Schnabel muestra una tercera pata al triángulo de su descubrimiento: voló cuando recordaba y voló con la imaginación, pero ante todo voló porque nunca, en ningún momento, perdió el contacto con sus afectos.