Marcelo Figueras
Sólo para decir que se me puso la piel de gallina cuando esa voz -a la que habría que llamar La Voz, si el dorado graznido de Leonard Cohen no le disputase el trono- entonó los archisabidos versos de Like A Rolling Stone. La garganta de Bob Dylan siempre fue algo especial, pero ahora suena como esos profetas que emergen del desierto después de un silencio de cuarenta años. La gente que hace covers de sus temas los vuelve más bonitos, pero lo que se pierde en la traslación es la autoridad del original: mientras la escuchaba sonar, se me ocurría que la voz de Dylan era un lugar donde uno podía quedarse a vivir. Quizás algo incómodo, por cierto, en tanto se trata de un sitio que no le ahorra a uno sinsabores, pero honesto de principio a fin.
Para colmo el hombre insiste en desarmar y reconstruir sus canciones más conocidas (las únicas que todavía se parecen a su original son las más nuevas, como Nettie Moore, que interpretó con sorprendente ternura), de tal manera de no dejarle a uno más remedio que escuchar esos versos como si fuesen dichos por primera vez. Y al hacerlo se sale con la suya, porque esas frases suenan hoy más urgentes, y por ende más bellas que nunca. Michele Corleone le respondía a Helena hace pocas horas, concediéndole que en efecto Los Beatles habían innovado la música (Michele diferencia lo anglosajón de lo mediterráneo, para mí la música simplemente es buena o no es), pero que lo habían hecho "hace medio siglo". En todo caso, no es culpa de Los Beatles o de Dylan que de medio siglo a esta parte nadie haya pateado el tablero de la forma en que ellos lo hicieron. (O tal vez les quepa, sí, un poquito de responsabilidad. Un personaje de Saul Bellow dice en The Bellarosa Connection: "Un hombre de primera clase subsiste gracias a la materia que destruye, al igual que las estrellas". Para brillar como lo hicieron, tanto Los Beatles como Dylan consumieron materia a lo loco, dejando sólo hambre para sus herederos.) Y tampoco es culpa de Dylan que canciones como Masters of War parezcan escritas hoy, o mejor mañana a la manera del cuento cortazariano El perseguidor.
Yo creo que sigue cantándolas, y que lo hace de esa manera, en la esperanza de que alguna vez alguien lo oiga de verdad.
Para mí escucharlo en vivo fue un privilegio. Dylan es lo más parecido a Shakespeare que puedo concebir en el mundo de la música popular, un hombre con la capacidad de ser todos los hombres a la vez y al mismo tiempo ninguno. (Dicho sea de paso, me muero de ganas de ver la película de Todd Haynes construida sobre su elusividad y titulada, pertinentemente, I’m Not There.) Su grandeza sigue interpelándonos, más inquietante hoy que nunca. Para cerrar con palabras del otro maestro citado, Saul Bellow: "Todos aleteamos como pollitos entre los pies de los grandes ídolos". Llegar a gallos o no es nuestra pura responsabilidad.