Marcelo Figueras
Yo no creo que Network sea una película sobre la televisión. En todo caso utiliza la televisión para hablar de las condiciones en que la vida humana se verifica en sociedades como las presentes. Oyendo los discursos de Howard Beale después de tantos años, me impresionó advertir hasta qué punto habían dejado huella sobre mi manera de ver las cosas. (El guionista Paddy Chayefsky, que además de brillante debió ser vivísimo, se escudó en la figura del psicótico Beale para vomitar ante el mundo lo que pensaba realmente; a fin de cuentas, ¿no se supone que los locos y los niños dicen siempre la verdad?)
Es verdad que la gente lee y poco y nada y que cada vez se informa menos, a no ser que sea mediante la TV. (‘La mayor parte de las cosas que ustedes saben las aprendieron delante del televisor’, dice Beale. Ahora habría que agregar: ‘Y delante del ordenador’.) Es verdad que la mayor parte de la gente lo entregaría todo, empezando por su voz y siguiendo por su vida, con tal de que la dejen sobrevivir en la intimidad de sus hogares: siempre y cuando la heladera esté llena y las pantallas en uso la provean de distracción, la gente parece dispuesta a soportar cualquier privación, cualquier otro sistema político y/o social. (‘Estamos en el negocio de matar el aburrimiento’, dice Beale.) Cuánto más cierto es esto hoy, ahora que existe la internet que Chayefsky no llegó nunca a ver y el delivery que nos lo alcanza todo hasta el umbral. (Pizza, muebles, películas, sexo: agreguen sus propios consumos en la línea de puntos.)
En este mundo que nos presentan como crecientemente peligroso -a la vez que más confortable en la intimidad de nuestros hogares-, tendemos cada vez más a vivir de manera vicaria. No experimentamos verdaderas emociones, salvo a través de las vidas de los otros. Esos ‘otros’ suelen ser personajes de ficción: sufrimos con ellos sin recibir ninguno de los golpes y las cortaduras que reciben durante su aventura; es igual a la diferencia entre volar de verdad y vivir dentro de un simulador. En consecuencia, lo que aprendemos viendo a otros es tan virtual como el medio que reprodujo la historia: no nos arriesgamos de verdad, no nos equivocamos de verdad, ergo no aprendemos de verdad -tan sólo ‘aprendemos’.
Cuando nos colgamos de las experiencias de personas ‘reales’ (las personas que abundan en las noticias: tanto las que han sufrido desgracias como las que las han producido, porque nos permiten experimentar el morbo, preguntarnos aunque más no sea fugazmente cómo será ser de esa manera), lo único que sabemos sobre ellas de manera fehaciente es lo que nos cuentan los medios -lo cual los convierte también en ficcionales, sólo que a la manera de otro género. Beale dice a su audiencia en un momento que la ecuación se está invirtiendo: al conferirle verdadera vida a seres imaginarios, los televidentes mismos están dejando de ser reales. Y yo le creo. (A Chayefsky, quiero decir.) Sentir más intimidad con un personaje de la TV que con alguien verdadero es un signo de que algo está muy mal. ¿Cuántos de ustedes conocen gente para la cual el animador Equis o Zeta les es más familiar que sus familiares de verdad?
Más allá de mínimos detalles que han quedado obsoletos, Network sigue siendo tan perfecta como vigente. A esta altura de la historia del cine, creo que ha llegado el momento de relacionarse con ciertas películas del mismo modo que antes se reservaba a las obras teatrales: así como cada temporada presenta una nueva puesta del Hamlet de William Shakespeare, dentro de poco será lógico que un director de cine presente ‘su’ versión de Network de Paddy Chayefsky, o de Citizen Kane, o de Vértigo. Tengo claro que las remakes ya existen, pero todavía se las mira con desconfianza, como si fuese una práctica espuria. Por supuesto que en muchos casos lo es, pero eso no invalida la legitimidad del procedimiento. Con las obras de arte imperecederas, recrearlas para los nuevos tiempos no es un despropósito sino un imperativo. Y como muy poca gente verá hoy Network en su estado actual, la mejor forma para que su discurso llegue de nuevo al gran público es recrearla, hacerla una vez más con actores de primera línea: George Clooney en el papel de William Holden, Nicole Kidman en el de Faye Dunaway, Ian McKellen en el de Peter Finch, que también era inglés aunque hacía de americano. (Agreguen su cast sugerido en la línea de puntos.)
Mientras esto no suceda, déjenme emular la escena central de la película, aquella en la que Beale le dice a la gente que se aparte de la TV y asome por la ventana para gritar: "¡Estoy furioso y no pienso tolerarlo más!" (‘I’m mad as hell, and I’m not going to take it anymore!’) Lo que más modestamente quiero pedirles es que se aparten de esta pantalla que reproduce mi texto y hagan lo que sea necesario para ver Network lo antes posible: vayan a su DVD club, resérvenla, cómprenla, véanla en la TV -róbenla, si es preciso.
Y después hablamos.