Jean-François Fogel
Mañana, 9 de octubre, es el cuarenta aniversario de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, apodado «Che». No hay que añadir una palabra. Cada uno tiene a su "Che" según sus posiciones frente a la figura más controvertida de la historia contemporánea.
Para los que buscan los hechos, sólo se puede leer la biografía al título epónimo Che Guevara, una vida revolucionaria de Jon Lee Anderson (Editorial Anagrama). Un libro que revisa la fecha de nacimiento del “guerrillero heroico” (denominación oficial cubana), consigue restaurar las partes borradas por las autoridades de La Habana en su diario personal y descubre dónde los servicios cubanos escondieron al Che entre la fracasada guerrilla del Congo y la tétrica guerrilla de Bolivia. Es una verdadera hazaña.
"El ser humano más completo de nuestro época", tal como lo describió Jean-Paul Sartre al enterarse de su muerte demuestra la imposible relación entre los mitos y la historia. Mito desde el instante de su muerte (un ministro que renuncia a los honores para morir en une lucha revolucionaria) el “Che” está todavía hundido en un océano de polémicas. Se discute todo: su verdadera fecha de nacimiento, su trabajo como verdugo de la revolución, su relación con el comunismo ortodoxo, su pertenencia (o no) a un partido comunista, su relación con Fidel Castro al final de su vida y, claro, su papel en la derrota de sus guerrillas tanto en el Congo como en Bolivia. Hasta la ubicación actual de sus huesos sigue siendo una inagotable fuente de debates. Se pone en duda los restos ubicados en el mausoleo del Che en Santa Clara.
Pasando por México, la semana pasada, noté el título de portada de la revista Gatopardo: “El Che –muerte et reencarnación”. De esto se trata: muere y renace cada día, pues los hombres mueren en la historia, pero los mitos se recrean cada día. El Che vive y sigue la pelea a su favor y en contra.