Marcelo Figueras
Viajo de Madrid a Stuttgart, para presentar en Esslingen la versión alemana de La batalla del calentamiento (que allí se llama Das Lied von Leben und Tod, o sea La canción de la vida y de la muerte), leyendo en el avión la entrevista a Borges incluida en el primer volumen de entrevistas de The Paris Review. Realizada por Ronald Christ en 1967, quizás sea la mejor del volumen. Porque describe bien el sitio en que la entrevista transcurre -una amplia estancia de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, de la que por entonces el autor de Ficciones era director-, porque recrea fielmente el estilo de Borges expresándose en inglés… y porque hasta tiene algo parecido a un argumento, con la secretaria de Borges interrumpiendo la charla cada dos por tres para recordar que ‘el señor Campbell (lo) está esperando’.
Me sorprendió que Borges intentase una crítica de sus por entonces contemporáneos que sigue siendo válida hoy, cuando pensamos en los escritores de estos tiempos. ‘En este país… hay una tendencia a considerar cualquier clase de escritura.. como un juego de estilo. …Ellos (los otros escritores) han aprendido a escribir del mismo modo en que cualquier hombre aprende a jugar al ajedrez o al bridge. Nunca fueron escritores ni poetas de verdad. Se trata de un truco que han aprendido, y que han aprendido bien. Tienen la tarea perfectamente dominada. Pero la mayoría… parecen relacionarse con la vida como algo que nada posee de poético o de misterioso… Se ponen el sombrero de escritor, entran en el estado que consideran adecuado, y entonces escriben’, dice Borges, para de inmediato ser interrumpido por Susana Quinteros, que anuncia por primera vez: ‘Excuse me. Señor Campbell is waiting’.
Admito que Borges se caracterizó siempre por decir cosas que en realidad significaban lo contrario de lo que parecían: fue un verdadero artista del elogio envenenado. Cuando un poco más adelante sostiene que un escritor debería ser juzgado ‘por el disfrute que produce y por la emoción que despierta’, uno desconfía. Y sigue desconfiando cuando después alega que si sus textos no producen emoción, se debe a una limitación y no a una decisión consciente. Pero sí le creo cuando cita a Joseph Conrad. Según Borges, Conrad dice en el prólogo de The Shadow Line -cuyo nombre equivoca, llamándola The Dark Line: un error que lo humaniza- que aun cuando un escritor narra algo realista sobre el mundo debería leérse como un relato fantástico, en la medida en que el mundo mismo es fantástico e insondable y misterioso.
Me llenó de ternura que Borges argentinizase su inglés, por lo general encomiable, colocando como colofón de muchas frases la pregunta retórica en español: ¿…no? Como en: ‘La superstición es, supongo, una forma ligera de la locura, ¿no?’ Una afirmación a la que de inmediato se le adosa una coda que introduce la duda; durante la entrevista, Borges utiliza este mecanismo muchísimas veces. Si bien es cierto que el recurso es propio del habla porteña (sin ir más lejos, cada vez que voy a un café o a un restaurant, en vez de pedir algo directamente yo pregunto: ‘¿Puedo pedirle…?’, lo cual me obliga a formular dos preguntas en vez de una), creo que expresa la profunda inseguridad de Borges, que largaba opiniones y de inmediato sentía la necesidad de asegurarse que contaba con la aprobación de su oyente.
Un grande, el viejo. Por cierto, la secretaria sigue anunciando a Campbell, de modo cada vez más perentorio. ¿Quién sería ese hombre? ¿Existió de verdad, o habrá sido una invención de Borges para impedir que la entrevista se eternizara?
Me pregunto si no habrá sido otro escritor de la época, interesado en que Borges dejase de sacarle el cuero al resto de los representantes del gremio.