Marcelo Figueras
El lunes terminó la Feria del Libro de Buenos Aires, batiendo récords de convocatoria y de ventas. La feria nunca deja de ser lo que los argentinos llamamos un cambalache: mezcla de mercado y de templo consagrado a la poesía, de tribuna en que se defiende el valor del objeto libro y de vidriera para la exhibición de vanidades. Horacio González contó en Página 12 que mientras Arturo Carrera homenajeaba a Oliverio Girondo ante 20 personas, una multitud se agolpaba para ver a una de las participantes de Gran Hermano. Sin embargo los que amamos los libros perdonamos a la feria año tras año: la ilusión de que alguien pueda encontrar allí un relato que le cambie la vida (¿acaso no fuimos nosotros ese niño algunos años atrás, algunas ferias atrás?), hace que le renovemos el crédito cada vez.
Más allá de la frivolidad (a la frase cualquiera escribe un libro habría que agregarle una partícula que le otorgue precisión: cualquiera que aparece en TV escribe un libro), siempre ocurren cosas que valen la pena. El mismo lunes hubo un panel que logró llenar la Sala Lugones, aun en ausencia de los participantes de Gran Hermano. Roxana Morduchowicz, del Ministerio de Educación de la Nación, difundió allí los resultados de una encuesta realizada durante el 2006 entre los niños y adolescentes que participaron del programa Escuela y medios, que creó y dirigió. Para hablar del asunto convocó a Juan José Campanella, director de El hijo de la novia y de la miniserie Vientos de agua, y a Tristán Bauer, director de Iluminados por el fuego y responsable de la señal televisiva del Ministerio de Educación, un canal de cable llamado Encuentros.
Entre otros resultados, la encuesta mostró que los chicos viven pegados a la TV, aun cuando -¡paradójicamente!- no tienen programas favoritos: la dejan de fondo durante un promedio de tres horas diarias, seguramente a modo de ruido o de arrullo. Campanella señaló que el prime time se especializa hoy en el tipo de programas que tornan innecesario que el espectador se concentre: tanto Gran Hermano como Bailando por un sueño –que de lunes a viernes se reparten la mayoría del rating– le permiten a uno desarrollar infinidad de tareas paralelas, regresando a la pantalla sólo de tanto en tanto, cuando ocurre algo que al fin reclama su atención. (El lunes en la noche, por ejemplo, Marcelo Tinelli efectuó un paréntesis en Bailando para conversar con un Maradona recién salido de la clínica neuropsiquiátrica.) Al mismo tiempo, los encuestados confesaron su predilección por el cine y su prescindencia respecto de las películas nacionales. He aquí otra paradoja, que también destacó Campanella: la mayor parte de los filmes nacionales son dirigidos y actuados por gente joven, y sin embargo su narrativa resulta vieja, al apelar a una sensibilidad que podríamos definir como de festival internacional. Abandonados por quienes deberían ser sus voceros, o por lo menos sus referentes naturales, los jóvenes no tienen más remedio que consumir las ubicuas Narnias y Harry Potters de turno.
Como en tantas otras áreas de la vida, aquí también se impone la dinámica del negocio. La compulsión de maximizar las ganancias hace que la TV abierta apele al mínimo común denominador, potenciando el circo y retaceando el pan. Para la gente que no se atreve a apagar la TV ni tiene la opción del cable, la programación del horario central equivale a la ordalía del documental Super Size Me: es como vivir con una dieta excluyente a base de Coca Cola y hamburguesas de McDonald’s, llena la panza mientras destruye la salud. Sería imprescindible diversificar la dieta, pero en este presente de competencia salvaje, ¿quién puede convencer a los programadores de correr el riesgo de perder dinero, poniendo en peligro su puesto de trabajo?
Habrá que confiar en la difusión del cable. Yo no me había enterado siquiera de la existencia del canal Encuentros hasta que una de mis hijas, que por cierto no tiene nada de ratón de biblioteca, me habló de él en términos elogiosísimos.
Tal como se ve, no todo está perdido.