Marcelo Figueras
¿Es tan sólo mi impresión, o nos están obligando a elegir de forma casi compulsiva? Abro los diarios españoles y los veo tomados por el asunto de las elecciones inminentes, apilando noticias, encuestas y columnas de opinión en estado de frenesí. Los diarios argentinos no les van a la zaga, dado que tenemos encima no uno, sino dos comicios fundamentales: los que decidirán quién será el nuevo alcalde de Buenos Aires y la identidad del próximo (o próxima) Presidente de la Nación. Pero el asunto no acaba ahí, los programas de TV nos llaman a votar todo el tiempo: ¿quién debe salir de la casa de Gran Hermano, qué pareja merece ser expulsada de Bailando por un sueño? La fanfarria es la misma, con módicas variantes: nos dicen que somos importantes, nos llaman a la responsabilidad, ¡nuestro voto puede marcar la diferencia! Sin embargo a veces, en presencia del menú, esto es cuando veo entre qué cosas debemos optar para alimentarnos, me pregunto si estamos eligiendo de verdad o si tan sólo nos estamos habituando a practicar una variante –eso sí, muy democrática- de la resignación.
Que nadie interprete que menosprecio el mecanismo democrático. He vivido tiempo suficiente bajo regímenes autocráticos como para tener claro lo que no quiero. Lo que me genera duda es esta sensación de que el abuso del recurso electivo (¡llame ya, venga a votar!) enmascara el hecho de que cada vez nuestras posibilidades de elegir son menores. Miren si no lo que les pasó esta semana a los demócratas de USA, que aun habiendo vencido en las elecciones no pudieron pasar por encima del veto de Bush y ahí, siguen, colaborando todavía con la Guerra de Nunca Acabar. Miren lo que le pasa a diario a la pobre gente que aquí en la Argentina no cuenta con la bendición del cable: su capacidad de elección se limita a la opción entre Gran hermano y Bailando. (Claro, siempre se puede apagar la TV, pero el ronroneo electrónico es útil para borrar las angustias del día, ¡y además entretiene a toda la familia al mismo tiempo!)
Me gustaría que me llamasen a votar para otras cosas. Creo que tengo derecho, por ejemplo, a hacer pesar mi deseo de que la ofensiva contra el Medio Oriente se acabe de una vez. A votar para que Jerusalén sea nombrada Capital Mundial de la Paz, patrimonio de la humanidad toda. A participar de una consulta formal pero vinculante, a favor de que todos los países sin excepción se sometan a estrictas medidas para la preservación del ambiente. A sumar mi modesto voto a una iniciativa que convierta a la cuestión del hambre en un asunto ya no nacional, sino mundial. Después de todo, estos son asuntos que me afectan directamente como parte del género humano. ¿Por qué debo dejar su resolución en manos de gente que sólo se diferencia en el color de su pasaporte?
Y ya que estamos, me gustaría poder elegir también en cuestiones más ligeras. Hacer que una vez al año las cosas se inviertan y volvamos a la escuela, para ser (re)educados por los niños. Votar para que introduzcan en los programas escolares la educación sensorial (Mayté Palas tuvo esta idea maravillosa, días atrás), que en efecto nos enseñe a sentir mejor: a paladear, a olfatear, a oír, a tocar. Que así como en algunos países todos son soldados y existe una situación de reserva permanente, nos convoquen a todos de tanto en tanto para pasar una temporada escuchando música, o leyendo los libros que nos quedaron pendientes, o simplemente jugando. Que haya vacaciones pagas aun para aquellos que no tienen trabajo. (No me digan que la desocupación no es algo que también hace merecido un descanso.) Que se establezca por ley un espacio diario dedicado a reír, gracias al cual se pueda interrumpir la labor para ver durante un rato a los Hermanos Marx, a Olmedo o a quien el consumidor quiera.
Si me diesen la oportunidad de hacer pesar mi voz sobre estas cuestiones, sentiría que estoy eligiendo de verdad.
Y a ustedes, ¿qué les gustaría poder elegir?