
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Me gustó El secreto de sus ojos, la nueva de Juan José Campanella. La película marca un viraje respecto de las comedias dramáticas que lo consagraron, desde El mismo amor, la misma lluvia a Luna de Avellaneda, pero en sentidos que van más allá del cambio de género.
Basado en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, El secreto es un film que propone un misterio en dos tiempos: el espectador se pregunta cómo se resolverá un crimen ocurrido a mediados de los 70 (esta, obviamente, es una duda que concierne al pasado) y también qué pasará con el amor nunca confesado entre Benjamín Espósito (Ricardo Darín) e Irene Menéndez (magnífica Soledad Villamil), dilema que subsiste hasta el presente del relato. En buena medida la Buenos Aires de Campanella –tanto en su versión años 70 como en el presente- sigue siendo la misma de sus otros films: una ciudad fantasma, habitada por todos aquellos personajes del cine italiano, español y argentino a los que habíamos amado tanto en otras épocas, y que ya no parecen tener lugar en el cine de hoy. Pero el viraje hacia el thriller es mucho más que un cambio de registro.
Cuando vi El mismo amor, la misma lluvia me pasó una cosa contradictoria. Por una parte aprecié la realización del film, que estaba muy bien hecho y bien narrado. (Acá en la Argentina las cosas son así: primero nos fijamos si la película está bien hecha, después consideramos si está bien narrada. En general nunca vamos más allá, porque la mayoría de los films sucumben antes de sortear alguna de las dos barreras.) Pero me inquietó el hecho de que la película tuviese por protagonista a un ser que yo encontraba detestable: un porteño prototípico, que traicionaba todo lo bueno que había recibido y a todas las personas que lo habían amado en la vida. Lo que me molestó entonces (hace mucho tiempo, sepan disculpar) no fue que la película eligiese como protagonista a un tipo despreciable, sino que de alguna manera me demandase que lo mirase con cariño porque estaba interpretado por Darín y Darín, cosa inevitable, es simpático y no se puede menos que quererlo. Este peligro que yo encontraba en la confusión de lo despreciable con lo amable (en el cine italiano clásico que Campanella conoce bien, los personajes salvajes pueden ser cómicos pero nunca dejan de ser salvajes), hizo que me negase a ver El hijo de la novia, que según decían estaba protagonizada por un personaje –interpretado por Darín, para colmo- que tenía mucho que ver con el Jorge Pellegrini de El mismo amor.
Pero Luna de Avellaneda me gustó. Como me gustó lo que vi de Vientos de agua. Y ahora, en El secreto de sus ojos, encontré que el viraje (¿o debería decir, más bien, el viaje?) se había completado. Benjamín Espósito es un personaje en las antípodas de aquel de El mismo amor. Es un tipo que siempre ha sido íntegro y siguió siéndolo aun en las malas –mucho más de lo que él mismo se ha dado cuenta.
La película, como ya dije, transcurre en dos tiempos: un presente en que Benjamín Espósito, ya jubilado del Poder Judicial argentino, decide convertir hechos de su pasado en una novela. El segundo tiempo es aquel de los hechos que pretende narrar, el crimen pasional de los 70 (violación seguida de homicidio) en cuya investigación se vio involucrado sin final feliz.
La clave que une ambos tiempos es simple: para Espósito, el crimen (el pasado) no está cerrado. La novela que pretende escribir funciona como excusa para preguntarse por aquello que no se resolvió del todo a causa de la intromisión de la Historia –así con mayúsculas- en el dominio de lo privado.
Tanto el crimen como la vida de Espósito quedaron en suspensión virtual al sobrevenir la dictadura militar. Porque en aquel entonces el país se convirtió en el reino del revés, con los victimarios convirtiéndose en próceres y la justicia –empezando por aquella que también solemos escribir con mayúsculas- utilizando la venda de los ojos para atarse las manos.
Sobre el final, alguien dice lo siguiente (cito de memoria): “No va a ser fácil”. Y sin embargo uno se queda contento. Porque la vida y la Historia ya nos han probado que lo fácil no rinde, que lo fácil es un engaño: fáciles fueron las traiciones en que el Jorge de El mismo amor, la misma lluvia incurría, fácil fue mirar para otro lado y tolerar la dictadura en silencio, fácil es no hacerse cargo del pasado. Sostener lo bueno de esta vida es (casi) siempre difícil. Esa es la razón por la que Espósito no hace nada durante décadas para poner en juego el amor que siente por Irene: porque, conscientemente o no, sabe que un amor fundado sobre la injusticia –y el crimen del pasado sigue flotando entre los dos, como un fantasma-, sería tan sólo un amor mentiroso que, por ende, se depreciaría a sí mismo.
Cuando uno está metido en esto del cine suele fijarse en detalles que al común de los espectadores se le pasan por alto. Por ejemplo el plano secuencia que arranca en el cielo, por encima de un estadio de fútbol, sobrevuela a los jugadores y finalmente llega a los protagonistas. Esta es la secuencia más espectacular de la película, pero a mí me llamaron mucho la atención otros dos detalles. El primero, lo bien hecho que está el maquillaje que se ve obligado a llevar la carga del tiempo sobre los actores. (La ficha técnica le otorga el crédito de lo que llama ‘maquillajes especiales’ a Alex Mathews.) Lo segundo fueron las fotos del pasado. Por lo general, hasta las producciones de Hollywood resuelven mal este recurso de meter el rostro del actor de hoy en medio de una foto vieja: siempre se nota la superposición, la impostura. Y sin embargo en la película de Campanella las fotos parecen viejas de verdad y los actores están perfectamente integrados.
Lo que al principio me pareció un prodigio técnico se me fue revelando de a poco como un mérito mayúsculo. Porque lo que las fotos y el maquillaje cuentan es esencial a la historia, aquello que determina las acciones de Espósito y por añadidura las intenciones de Sacheri y de Campanella: si el pasado no está bien resuelto, no podremos aspirar nunca a plenitud alguna en el presente.
Puede sonar a verdad de Perogrullo, pero en el contexto del cine de Campanella y de la historia argentina, El secreto de sus ojos afirma algo que es (casi) revolucionario: la clave de nuestro futuro está en la manera en que resolvemos nuestro pasado; un tiempo pretérito que, de no obtener el cierre y la clausura que amerita, nunca dejará de jodernos el presente.