
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
El cuento de Lorrie Moore People Like That Are The Only People Here: Canonical Babbling in Peed Onk tuvo un derrotero extraño.
Publicado por primera vez en enero de 1997 en el New Yorker, salió sin la tradicional aclaración que lo definía como ‘ficción’. (En el sitio de internet, sin embargo, se ocuparon de devolverlo a la categoría adecuada.) Dado que la historia es narrada por una mujer que, como Moore, es profesora y escritora, y tiene además -como ella tenía por entonces- un marido y un niño pequeño (los personajes de People Like That sólo son identificados por su función: la Madre, el Bebé, el Marido), asumir que se trataba de una historia autobiográfica y por ende de nonfiction era un salto obvio. La vividez con que Moore narra esa historia de visos terribles, que se inicia con el descubrimiento de un tumor de Wilms en el riñón del Bebé, hizo el resto. La historia está tan bien contada y es tan desgarradora, que asumir que Lorrie Moore pasó algo similar resulta lo más natural del mundo.
En más de un sentido, la cuestión es secundaria. Que el hijo de Lorrie Moore haya atravesado o no un trance parecido no tiene relación directa con la excelencia del relato: si toda la gente pudiese contar sus historias personales con el arte de Moore, el mundo desbordaría de narradores eminentes –y eso está muy lejos de ocurrir, por cierto, aun cuando el mundo ofrece a diario una sobreabundancia de anécdotas dignas de un cuento.
La confusión alrededor de su naturaleza no altera el hecho de que People Like That es uno de los grandes cuentos de Lorrie Moore: lleno de humor y de desesperación en las proporciones adecuadas para ponernos en contacto con lo que John Mayer llamaría the heart of life, el corazón de la vida. La mejor ficción, aun cuando participa de géneros claramente no realistas como el fantasy o la ciencia ficción, tiene esa propiedad de hacernos sentir que estamos recibiendo ya no una historia de la más pura imaginación, sino una verdad sobre la vida que está tan sólo a milímetros de una Revelación –así con mayúsculas, como en los textos religiosos.
A veces pienso que tratar la cuestión ficción-no ficción dentro de lo estrictamente literario sería incurrir en reduccionismo. También hay no ficción y ficción en el contexto de nuestras vidas materiales. En estos días, las noticias de la muerte de un niño cercano y de la agonía de alguien a quien le profeso cariño y gran admiración modificaron el prisma con que suelo ver las cosas.
El día de la presentación de Aquarium, sin ir más lejos, regresamos a casa en plena madrugada. A pesar de que todo había salido maravillosamente bien, de que la tecnología había hecho su parte y los actores su aporte generoso y de que la gente me había expresado su afecto en mil modos diferentes, nada me preparó para lo que sentí cuando entramos con sigilo en el dormitorio y Bruno se despertó.
Estaba del más soleado de los humores. Reía a carcajadas y saltaba sobre la cama, haciendo un uso inmejorable de sus resortes. Nada más que eso –y nada menos.
Riendo con él, pensé que no había sentido cosa más intensa en todo el día… ni más real.