Marcelo Figueras
En El nombre de la rosa, Umberto Eco creó al personaje de un monje terrible, Jorge de Burgos, que estaba convencido de que el efecto de la risa era pernicioso, llegando a rozar lo demoníaco. Tan seguro estaba de que el humor es un signo de impiedad, que era capaz de matar para evitar su propagación, o por lo menos de suponer que era preferible morir a reírse. Según parece, en la Iglesia de hoy hay descendientes de este monje ocupando altos puestos en el Vaticano. El secretario de Benedicto XVI, Georg Ganswein, ha salido a protestar en contra de la existencia de humoristas dedicados al, ¿cómo llamarlo?, humor papal. Ganswein dijo que determinados sketches radiales y televisivos ofenden a hombres de la Iglesia –entre los cuales, habría que aclarar, figura él: la comediante Rosario Fiorello creó un sketch radial en el que Ganswein va a comer a un restaurant llamado La Ultima Cena, pide una porción de pescado que multiplica por veinte y responde a un teléfono móvil que usa como ring tone al Hallelujah de Handel.
La semana pasada, un sketch de la televisión italiana satirizó el peso que la figura del difunto Juan Pablo II tendría sobre el actual Papa. Harto de que lo comparen con su antecesor, Benedicto –interpretado por el comediante Maurizio Crozza- estallaba y se ponía a bailar tap y a hacer malabarismos con naranjas mientras preguntaba: “¿Puede el Papa Wojtyla hacer esto? ¿Y esto otro?” Rápidamente Ganswein salió a defender a su empleador, diciendo que las imitaciones de Benedicto “deberían terminar pronto”. El diario L’Avvenire, que pertenece a la Conferencia Episcopal Italiana, llegó a hablar de “fundamentalismo satírico”. Hoy en día el pobre Bin Laden sirve para todo. Por suerte salió el columnista de La Repubblica Francesco Merlo a decir algo que muchos pensamos: “Es difícil resistirse a la tentación de burlarse de un Papa que parece haber sido criado en bibliotecas, en lugar de entre la gente”.
Mientras Ganswein y compañía se desgarran las sotanas, uno que ve de afuera se limita a disfrutar del buen humor. Como el de este chiste que Paolo Rossi contó por TV: “La Santísima Trinidad se gana un viaje gratis y tiene que decidir dónde quiere ir. Dios Padre elige Africa y Jesús Hijo opta por Palestina, pero el Espíritu Santo insiste: quiere ir al Vaticano. Cuando le preguntan por qué, responde con simpleza: ‘Porque nunca he estado ahí’”.
Yo soy de los que cree, más bien, al igual que Guillermo de Baskerville, que el Diablo es la fe sin sonrisa. (La fe sin música, agregaría además, siguiendo a Hildegarde von Bingen, que en su obra Ordo Virtutum sostenía que el Diablo no podía cantar.) Yo soy de los que cree en el Jesús que, invitado a una boda, no tenía empacho alguno en salir a bailar. Yo soy de los que cree que, si en efecto está detrás de la Creación, basta con abrir los ojos para comprender que Dios tiene un gran sentido del humor: ¿de qué otra manera puede interpretarse que los genitales masculinos tengan esa forma tan graciosa, o la existencia del ornitorrinco?
Como la comediante Rosario Fiorello, considero que la sonrisa no puede ser nunca un pecado.