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El país de la infancia

Por 11 de enero de 2010 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Ese hombre a quien tantos vieron en los últimos días en el subte de la línea A (Plaza de Mayo-Carabobo) leyendo un libro para niños, era yo en efecto.

 

         Mudarme a la vieja casa paterna (y materna) me produjo un deseo irrefrenable de releer aquellos libros que marcaron mi infancia. El primero fue una edición de Robin Hood de la Editorial Peuser, fechada en 1945. Para que no queden dudas sobre su dueño original, en la portadilla está el nombre de mi madre: Susana. Pero no está escrito con letra infantil, sino con la letra redonda y perfecta que yo le conocí de adulta; como si mi madre también hubiese regresado de grande a ese Robin Hood, y dejado constancia para mí de ese reconocimiento tardío.

         Ese Robin Hood fue definitorio para mí, en tanto produjo dos efectos que dieron a mi vida la forma que hoy tiene. El primero fue destilar en mi alma el amor por las historias (y en particular, por las historias en formato de libro), y por su condición sine qua non: el arte de narrar. El segundo fue la revelación de que, en este mundo, hacer buenas cosas no entraña necesariamente el éxito ni supone justas recompensas. Porque a diferencia de las versiones más edulcoradas y por lo tanto populares de esta historia (por ejemplo la versión cinematográfica protagonizada por Errol Flynn), este Robin Hood no tiene final feliz. Aquí el héroe triunfa en su lucha épica, pero resulta víctima de una doble venganza. Uno de sus enemigos de siempre asesina a su mujer, Marian, y a su pequeño hijo Richard, así bautizado en honor al monarca por quien tanto batalló. Y al tiempo una familiar resentida, la abadesa del convento de Kirklees, le practica una sangría y se ausenta con una excusa, dejándolo desangrarse hasta la muerte.

Ni siquiera figura en esta versión el gesto romántico que sí hallé en otras, mediante el cual Robin dispara una última flecha para decidir el sitio en que será enterrado. Nada de eso. Aquí Robin, el maestro en el arte de los artilugios y las estratagemas, resulta engañado por una monja amarga y así muere. Y después la gente se preguntaba por qué era yo tan serio, siendo tan pequeño…

El libro me enseñó algo que tardé en comprender, pero que desde entonces resuena en mí. No tiene sentido hacer algo bueno –hacer lo que se debe hacer- en espera de reconocimiento o recompensa. La obra buena –y la buena obra- son un fin en sí mismas. Llevo muchos años tratando de vivir acorde a este principio ingrato pero honesto.

Reservo mis últimas palabras para las ilustraciones del libro. Fue abrirlo y comprender que llevaba grabado cada uno de esos dibujos, cada una de esas láminas, en lo más profundo de mi alma. Las recordaba como si las viese visto ayer por última vez. Todo lo que sé es que el libro acreditaba esas ilustraciones a un tal Manuel Ugarte. Que nada tiene que ver con el célebre socialista argentino, y de quien nada pude encontrar en Google. ¿Quién fuiste, Manuel Ugarte? ¿Acaso imaginaste alguna vez que tus dibujos –tu buena obra- iban a perdurar tanto tiempo en la memoria de alguien –otro exiliado del país de la infancia?

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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