
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
¿Vieron las imágenes del obispo Richard Williamson tratado de esquivar a un periodista de la TV en el aeropuerto de Ezeiza, y finalmente agrediéndolo? Todavía no llegó a YouTube, al menos mientras escribo este texto, pero seguramente no tardará.
Tocado con gorra y gafas negras, el obispo ignora las preguntas de Norberto Dupesso, cronista del canal TN en el aeropuerto. Como las preguntas no cejan y Dupesso escapa del abrazo de los guardaespaldas para insistir en ellas, Williamson -ese hombre de Dios- gira hacia el periodista, lo mira con ira indisimulable y alza un puño en amenaza. Dicen que también lo insultó, aunque la versión que vi, tapada por las voces de los conductores del noticiero que cacareaban encima, me impidió oír lo que dijo. Lo cierto es que después de la amenaza Williamson retoma su camino… y de paso aprovecha para empujar a Dupesso contra una columna.
Qué hombre más nefasto. ¿Negar la existencia de las cámaras de gas operadas por los nazis, reducir los seis millones de muertos del Holocausto a unos ‘meros’ 200.000 -como si el horror de su destino pasase por la cifra y no por la práctica? Me alegra mucho que el gobierno argentino haya encontrado un tecnicismo legal que le permitió expulsarlo del país. En cualquier caso, que exista gente como Williamson no debe llamar la atención de nadie. Es una de las tantas consecuencias nefastas de nuestros monoteísmos. Cuando un hombre se habitúa a la idea de ser la encarnación viva de una Verdad revelada, y por ende incuestionable, que diga barbaridades convencido de estar en lo cierto deja de sonar a excepción para parecerse demasiado a la norma.