Marcelo Figueras
La experiencia de vivir se parece hoy a lo que Peter Weir narra en The Truman Show. El nuestro es un universo artificial, que llega a extremos con tal de evitarnos la angustia y los cuestionamientos que de ella derivarían. Un ecosistema donde casi todo está guionado. ¿No repetimos las palabras y las ideas que nos proporcionan los medios, sin siquiera desmenuzarlas? ¿No filtramos nuestra vida emocional por el tamiz de los relatos, amando como en los culebrones, fingiéndonos duros a la manera que el cine nos mostró?
Tal como Truman descubre arriesgando el pellejo, vivir de verdad supone encontrar la puerta oculta en el decorado. No podemos esperar que los que armaron el tinglado nos la enseñen, iría en contra de sus intereses. Pero sí podríamos, deberíamos contar con lo que Piglia define como ‘el pelotón de vanguardia’, en términos militarísticos que me producen escozor; preferiría decir ‘la banda de los rebeldes’. Si el común de la gente no recibe el mensaje subversivo de sus artistas, por cifrado que esté, asegurándole que la puerta existe a pesar de la apariencia en contrario, ¿con quién contarán?
La gente busca en los narradores la verdad que el mundo les niega. No me refiero a verdades con mayúsculas, sino a pequeñas verdades operativas. Si los narradores dejasen de escribir desde la seguridad de la impostura, si dejasen de esconderse detrás de la tradición o de las fórmulas ‘novedosas’, si se arriesgasen a conocer la intemperie, muchísima gente leería ficción concebida desde Latinoamérica, porque el acto de leerla volvería a ser indispensable para encontrar nuevos modos de mirar el mundo. Como fue hace décadas con sus pros y sus contras. Como ya no lo es.
Estas pequeñas verdades (por ejemplo el compromiso de los narradores a intentar lo imposible en vez de lo dictado por la preceptiva) podrían sentar las bases de un nuevo pacto con la gente, una alianza que reconstruyese los puentes rotos. Ahora bien, si esto ocurriese -tengámoslo claro- el mundo intentaría despreciar el pacto de inmediato, tildándolo de populista o de conservador, epítetos tan caros a las minorías iluminadas. Pero el escritor y el lector, pero el cineasta y el espectador, todavía podrían encontrarse en el umbral de la puerta escondida.
La pregunta surge, inevitable: ¿cómo demonios se logra esto? Mi respuesta es simple. Vean lo que Piglia hace.
Llegó el momento de develar su plan secreto.
(Continuará.)