Marcelo Figueras
Para hacer más transparente su plan -esto también es un absurdo, dado que nunca quiso ser transparente-, Piglia debería haber escrito otro cuento apócrifo a la manera de Luba, aquel que atribuyó a Roberto Arlt. En este cuento, traspapelado entre los apuntes que Borges habría dejado al morir, Cervantes trataría de escribir La canción de Rolando palabra por palabra -y le saldría el Quijote.
¿No se convirtió Shakespeare en Shakespeare mientras trataba de ser Christopher Marlowe? ¿No es evidente que Roberto Arlt quiso escribir La pimpinela escarlata cuando produjo El juguete rabioso? Esta novela no existiría si Arlt no hubiese soñado con escribir un folletín, que se le torció por el camino como a Menard su deseo de concebir una obra maestra.
Así ha ocurrido siempre. "…Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry", dice Borges en Pierre Menard remedando las genealogías bíblicas. Una forma de entender si un artista es grande o no pasa por determinar si ha engendrado o no a otro artista grande -del que por supuesto, no puede hacerse responsable.
Los mejores momentos del arte ocurren cuando aparece algo que la tradición no preveía ni anticipaba claramente. La canción de Rolando no permitía anticipar la creación del Quijote. El teatro de Marlowe no permitía anticipar el estallido de Shakespeare. Nadie estaba preparado para Moby Dick, ni siquiera los lectores de la obra previa de Melville. No tiene sentido trasladar a la tradición la devoción que antes se reservaba para las religiones. Entiendo que críticos y académicos trabajen para conservar este corpus. (Quizás haya que ver aquí otro de los motivos del berenjenal de hoy: demasiados profesores escribiendo ficción, demasiados Menards justificando sus fracasos.) Pero en lo que a los artistas concierne, la tradición está allí para ser devastada, maltratada, saqueada, mal leída -y hasta ignorada.
Quizás la mejor película de Piglia que Piglia no escribió nunca sea Memento. Un policial donde un hombre olvida su historia cada noche y aprende a depender tan sólo de lo que escribe para sí mismo, mensajes que graba sobre su piel. Todo lo que no le sirve para sobrevivir ese día merece ser olvidado, salvo su propia tradición, la que crea al utilizar su propio cuerpo -y por extensión su propia existencia- como una página en blanco. Para el protagonista del film narrar no es difícil. Simplemente es necesario, condición sine qua non de su supervivencia.
(Continuará.)