Marcelo Figueras
En estos días no leo: releo. No fue un plan que adoptase a conciencia, sino tan sólo algo que ocurrió. Me encontré hurgando en la biblioteca en busca de algunas novelas que –eso sentí- necesitaba releer mientras escribía mi propia novela. Nunca antes fue así, por lo general durante la escritura de una novela sólo logro leer textos que me aportan información para mi relato: libros de no ficción, de manera excluyente. Esta vez ocurrió distinto. Releí La insoportable levedad del ser, estoy releyendo El paciente inglés (sin duda alguna la novela que más veces he releído en mi vida de adulto) y releeré dos de los libros más románticos de Haruki Murakami: Norwegian Wood (esa a la que en español le pusieron Tokio Blues, vaya sacrilegio) y Sputnik Sweetheart.
La explicación que me doy es simple: imagino que debo estar deseando que algo de la brillantez de estos libros, por mínimo que sea, se derrame sobre lo que hago. (Pensamiento mágico, que le dicen.) Tampoco tengo dudas sobre el hilo invisible que conecta relatos y autores en apariencia tan disímiles. Todos ellos tienen un estilo depuradísimo, pero también algo más importante: una mirada sobre el fenómeno humano que derrama ternura y lirismo. Sin negar nuestros aspectos más oscuros, encuentran belleza en los gestos más pequeños, en las vidas que la Historia pasa por alto –y a menudo por encima.
Son faros, más que libros. Si todavía no están en condiciones de releerlos, por favor léanlos por primera vez. Y cuando lo hagan, permítanme envidiarlos.