
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Días atrás me crucé por TV con el documental Trumbo. Autor de la estremecedora Johnny Got His Gun y guionista de cine, Dalton Trumbo fue uno de los ‘Hollywood Ten’, esto es, parte del grupo de diez profesionales que fueron citados a declarar ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas (HUAC) en 1947, durante la caza de brujas liderada por el senador McCarthy en contra de todo lo que oliese a izquierdas.
Trumbo fue a la cárcel por once meses y se le prohibió volver a escribir para el cine. Emigró a México y toleró las más grandes iniquidades. (Uno de los tramos más terribles del film relata las torturas que sufrió su hija Mitzi por el hecho de ser hija de Trumbo: compañeros, padres de compañeros y autoridades de la escuela castigando a una niña por tener un padre sospechado de izquierdista.) Durante este ostracismo Trumbo siguió escribiendo guiones que figuraban a nombre de testaferros, llegando a ganar un Oscar por The Brave One que no pudo recoger, dado que estaba registrado a nombre de Robert Rich. (Nombre que había elegido haciendo gala de ironía.)
Hubo dos nombres que lo ayudaron a salir de la lista negra. El primero fue Otto Preminger, que no tuvo problemas en darle el crédito que merecía como autor del guión de Exodo. El segundo fue Kirk Douglas en su carácter de productor, que lo reconoció en la pantalla como guionista de Spartacus de Stanley Kubrick. Me conmovió la visión del viejo Douglas, definiendo este este hecho como ‘aquello de lo que más orgulloso me siento en mi vida’.
Habida cuenta de que Trumbo se negó a delatar a sus compañeros aun cuando otros (Elia Kazan, Clifford Odets) abrieron la boca, la escena culminante de Spartacus –es decir, cuando todos los ex esclavos se ponen de pie para no revelar la identidad de su líder y gritan: ‘¡Yo soy Espartaco!– es de las que ponen la piel de gallina por su poder dramático, pero también como comentario de la ordalía vivida.
Pero lo que más me estremeció fueron las palabras del mismo Trumbo, leidas por actores de la talla de Liam Neeson, Michael Douglas y Joan Allen. Pocas veces he oído una voz más aguda, articulada y dolorosamente humorística en defensa de las libertades más esenciales del hombre. Supongo que habrán sido tomadas del volumen Additional Dialogue: Letters of Dalton Trumbo, que espero no sea demasiado difícil conseguir.
En un pasaje del documental, Jean Rouverol, la esposa del también perseguido guionista Hugo Butler, recuerda cuando fueron juntos a ver una corrida de toros. Rouverol y Butler estaban de parte del torero, como todo el público. Pero Trumbo estaba indignadísimo. El documental hace justicia en el mismo sentido, consagrando la figura de un hombre que, en cada lidia, nunca pudo evitar ponerse de parte del toro.