
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Estoy leyendo Los hombres que no amaban a las mujeres (o The Girl with the Dragon Tattoo, como se la rebautizó en inglés), del sueco Stieg Larsson, primera entrega de la trilogía conocida como Millennium. Me resistí durante meses al fenómeno, del mismo modo que en su momento cerré mis puertas a Dan Brown, sus códigos y sus demonios. Pero con el correr de los meses fui enterándome de cuestiones en torno de Larsson y de su obra póstuma (el pobre hombre murió a los 50 años, después de entregar a su editor el tercer tomo, La reina en el palacio de las corrientes de aire) que me convencieron de apostarle una ficha.
Apenas recorrí un tercio de la primera novela, pero sentí deseos de compartir impresiones. A medida que avanzo en la lectura y mi deseo de seguir leyendo crece en directa proporción (la condenada cosa se resiste a ser postergada), y aun a riesgo de equivocarme de plano y verme compelido a retractación, se me ocurrió lo siguiente:
1. Larsson es el anti Dan Brown. Es fácil comprender las comparaciones entre El código Da Vinci y sus secuelas-precuelas y la serie Millennium: se trata de thrillers que lidian con conspiraciones en un contexto internacional exótico –el Vaticano en caso de Brown, la helada Suecia en el caso de Larsson. Pero ahí se acaban todas las ligazones posibles. Brown se especializa en misterios que nos apartan del mundo (la Iglesia es una institución colorida, pero escasamente relevante en estos tiempos), puras distracciones; mientras que Larsson construye thrillers para gente conectada con los problemas más acuciantes de nuestras sociedades. Tengo la sensación de estar leyendo a un autor que suena a cruza del periodista de investigación Seymour Hersh con el escritor Dennis Lehane (Mystic River, The Given Day): alguien que, mientras me entretiene locamente, me conecta con la maquinaria del mundo que me ha tocado vivir. Quizá no tenga entre manos más que un best-seller de lujo –todavía es temprano para saberlo-, pero por lo pronto, se trataría de un best-seller que no insulta mi inteligencia;
2. La clave son los personajes. Además de plantear un misterio, Larsson se toma todo el tiempo que necesita para desarrollar personajes que nos involucran emocionalmente. Tanto el periodista Mikael Blomkvist (claro alter ego de Larsson) como Lisbeth Salander nos invitan a seguirlos en sus aventuras, porque son criaturas tridimensionales: complejas, llenas de zonas grises y de talones de Aquiles –lo cual convierte su periplo en algo infinitamente más emocionante. ¿Cuál sería la gracia de acompañar la búsqueda de un personaje plano, unidimensional y que todo lo sabe? En cualquier caso, el triunfo de un personaje es más satisfactorio para el lector cuantas más adversidades (aquí las internas cuentan más que las externas) haya debido sortear para llegar a buen puerto. Y tanto Mikael y Lisbeth tienen sus regias cruces que cargar.
Está claro que me tragué el anzuelo con sedal y todo. Cuando termine les cuento.