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El gigante animado

Por 9 de julio de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

El futuro del cine tiene nombre y se llama Brad Bird. Como nunca me enganché del todo con The Simpsons (mea culpa), tardé en descubrir que era uno de los responsables del fenómeno, en carácter de aliado creativo de Matt Groening; pero terminé rindiéndome ante la evidencia con su película El gigante de hierro. (The Iron Giant, 1999.) En ese largometraje de animación ya estaban presentes las características de su cine, que podrían ser sintetizadas en tres palabras: historia, historia, historia. Está claro que el cine de Bird tiene otras marcas, como el refinado buen gusto de los diseños que elige para cada filme y la calidad sublime de su animación: esto quedó claro con The Incredibles, que escribió y dirigió –creando, de paso, la inconfundible voz de uno de sus mejores personajes, la diseñadora de trajes Edna Mode-, y acaba de ser reafirmado con Ratatouille, la nueva película de esa factoría de maravillas llamada Pixar. Pero antes de alabar sus dotes para las áreas más técnicas del proceso sería preciso, creo, subrayar su talento de narrador.

Bird tiene ese toque de los verdaderamente grandes, que le permite hilar historias que conmueven tanto a los niños como a los adultos. Como Dickens y Hans Christian Andersen en su momento, como Spielberg durante el siglo pasado (y tal vez en el XXI, si el nuevo filme de Indiana Jones le sale bien), Bird sabe que una buena historia contada con inteligencia puede llegar a todo el público, sin excepciones. Y en sí mismos, sus relatos sirven como perfecta cápsula del tiempo en que fueron concebidos. El gigante de hierro era la historia de un niño a quien le caía del cielo el mejor juguete del mundo, pero también una fábula sobre los desastres a los que conduce una política paranoica. (El filme se refería a los miedos engendrados durante la Guerra Fría, que en buena medida han sido revividos por la administración Bush.) The Incredibles era la historia de una familia con superpoderes, al mismo tiempo que una fábula sobre una sociedad (otra vez) paranoica, que sospecha de los diferentes y está dispuesta a pagar cualquier precio para meterlos en caja –aunque esto implique además desdeñar la excelencia y nivelar hacia abajo.

Se trata de filmes que resisten múltiples visiones, y que en consecuencia serán revisitados por generaciones enteras en su tránsito hacia la adultez… y por los adultos en tránsito a la niñez, como decía Marechal. Con el paso del tiempo, uno encuentra en ellos nuevas lecturas y sutilezas interminables. La flamante Ratatouille no hace más que confirmar su desarrollo como narrador. Por una parte, nos anima a ponernos en el lugar de un ‘otro’ al que solemos despreciar: las secciones del relato dedicadas a mostrar cuán terrorífico es ser una rata en un mundo de humanos quitan el aliento. El hecho de que la rata Remy sea un chef excelente no hace que su socio entre los hombres, el tan torpe como encantador Linguini, se sienta desplazado de un rol que otros, por ejemplo el cocinero Skinner (en inglés, skinner sifnigica despellejador), defenderían como exclusivo de los humanos. En las películas de Brad Bird, el villano es siempre un envidioso. Por lo demás, sus personajes principales suelen ser complejos, tridimensionales, esto es más ‘humanos’ que muchas de sus contrapartes de carne y hueso: hay más personalidad en Remy que en todos los personajes que Tom Cruise interpretó en los últimos diez años.

Cuando tenía 13 años, su primer corto lo convirtió en discípulo de Milt Kahl, uno de los célebres Nueve Hombres Viejos del departamento de animación de los Walt Disney Studios. Varias décadas más tarde, Brad Bird es simplemente uno de los mejores cineastas del mundo. La gente suele subestimar a los que trabajan en el territorio de la animación, del mismo modo en que, dicho sea de paso, suele subestimarse a los que escriben relatos para niños; para mí Roald Dahl no es un gran escritor para chicos, sino un gran escritor a secas. Quizás ahora que ha prometido dirigir un largometraje con actores reales revalide sus títulos en la arena de las convenciones. Pero si no le sale bien, que vuelva al cine de animación: todos los que lo admiramos estaremos muy agradecidos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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