
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
A veces creo que algunos narradores compraron de lo más encantados el buzón que les vendieron los poderes establecidos, y en consecuencia están convencidos de no formar parte de su comunidad (un ostracismo voluntario, que los enorgullece) sino de una elite –un grupo selecto de iluminados, que habita en un plano de la existencia distinto del común de los mortales.
Lo más triste es que, aun cuando en algunos casos es verdad que no viven ni registran la realidad igual que el resto, se debe a un hecho que ni siquiera es mérito propio: la educación que han obtenido, una gracia que en buena medida le deben a sus padres… y por extensión a la comunidad de la que tanto les gusta renegar.
Lo que singularizó a los escritores en sus comunidades originales fue el hecho de que aplicaran su sensibilidad y su facilidad para la expresión a la tarea de dar forma artística a las cosas que todos sentimos, o intuimos, o padecemos, o soñamos, aun cuando nos cueste manifestarlas. Desde el comienzo de los tiempos, los narradores verbalizaron pensamientos y emociones (las dos cosas al unísono, por definición: el pensamiento puro es materia de la filosofía, no de la literatura) del modo en que, en el dominio de lo ideal, habríamos querido plasmarlos; gente que transformaba la revelación esquiva y la verdad que había parecido enigma y la experiencia profunda en un personaje, o en una acción, o en una frase elegante, que daban la sensación de haber estado siempre allí –de surgir de un manantial por completo natural, aun cuando fuesen obra del más brillante artificio.
En estos tiempos, algunos narradores usan su sapiencia y su habilidad sólo para diferenciarse de la masa y sacar carné de pertenencia a un club de personalidades; para pasar por inteligentes, a pesar de que sus libros podrían ser empleados para probar lo contrario (el pez por la letra muere); y para colaborar con los poderes establecidos (cosa que la mayoría hace sin siquiera darse cuenta, lo cual podría ser etiquetado Prueba No. 2 en el juicio a sus escasas luces) en la tarea de alienar una forma artística inmejorable de sus recipientes históricos: esto es, la multitud de lectores que en un tiempo coincidió casi con la cantidad de ciudadanos y que en el futuro deberíamos (tomen nota de la primera del plural: sí, los escritores también tenemos responsabilidad en el asunto) elevar por encima de esa marca histórica.
(Continuará.)