
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Lo que Pratt insinúa es algo que también está presente en dos de las ficciones aventureras más populares de los últimos tiempos, El señor de los anillos y Matrix: que el proceso interior del héroe es tan esencial como la peripecia exterior. Si Frodo pierde su alma, si Neo no obtiene la iluminación, todo el edificio exterior de su lucha se desmoronará. Tolkien trata incluso de subrayar la importancia de esta cuestión al encargarle a Frodo una tarea con visos (a simple vista, al menos) anti-heroicos: ¿algo más prosaico que llevar un anillo a un punto X, en contraposición a la heroicidad clásica de los guerreros liderados por Aragorn? Pero lo que Pratt hace es más extremo que lo de Tolkien: imaginen El señor de los anillos contando tan sólo la peripecia de Frodo y olvidándose de las batallas a capa y espada, una aventura que es cada vez más entrópica, más centrada en la percepción del héroe (¿cuánto pesa el Anillo, en verdad?) que en el mundo exterior.
En el silencio que se abre post Mu, Pratt nos invita a concebir una nueva generación de aventureros. Los de antaño no tenían dudas, y trataban de moldear el mundo de acuerdo a sus certezas. Los aventureros del futuro, en cambio, deben comprender -condición sine qua non– que la más difícil de las hazañas es conquistarse a sí mismo. Y que si logran triunfar en ella, todo lo demás se dará por añadidura… o quizás no importe, incluso.
Lo fundamental es que el aventurero reestablezca en sí mismo un orden de la existencia que la Historia avasalló, al pretender que no existe otra cosa que lo material y avalar su presunción con sus riquezas obscenas y sus bombas de fósforo blanco. Lo que el aventurero del futuro buscará es persuadir al Sistema de que hay algo dentro suyo que no puede ser comprado ni por todo el oro del mundo; algo que no será derrotado ni siquiera por los más modernos suministros de la industria armamentista, manejados por los guerreros mejor entrenados. El último reducto del héroe contemporáneo, en este mundo regido por Saurón y manejado por la Matrix, es de simpleza cartesiana, y presenta batalla hasta en los sitios más inocuos, más cotidianos. Yo soy Yo, y nadie podrá obligarme a ser No-Yo. Ni corrompiéndome. Ni forzándome. Ese será el mantra de los aventureros de la nueva generación: Ninguna de tus armas me daña, ninguno de tus poderes puede conmigo. Mi carne es frágil, pero mi certeza es indestructible… y contagiosa, porque se multiplicará en muchos Yos cuando Yo no esté.
La nueva generación de aventureros está destinada a ser mística por sobre todo -o lisérgica, como el profeta Corto lo insinuó en su momento. Para ganar este mundo debe renunciar a él. Para vencer al mal debe demostrarle que sus recursos son impotentes en contra de su fe -tan inocuos como una espada de plástico o una moneda de lata, artificios despojados de su poder de persuasión.
Durante este año espero poner en práctica esta tesis, con una ficción llena de aventureros de nueva colada. Veremos entonces, pues…