
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
En el principio, el Corto busca lo mismo que tantos otros aventureros profesionales: tesoros hundidos, dinero, rarezas arqueológicas. Pero con el correr del tiempo su búsqueda se vuelve más mística que material. Es verdad que siempre tuvo una raíz mística: el Corto buscaba tesoros no tanto por su valor en metálico, sino por un amor a la búsqueda en sí misma-y a lo que representa en tanto desentrañamiento de lo oculto. Aun así, su evolución lo ayuda a desprenderse del componente material de esta persecución para concentrarse más bien en su aspecto quimérico: la entrada al mundo oculto de Mu se convierte en un saber más preciado que aquel cifrado en el mapa del mejor tesoro.
Particularmente en sus últimas aventuras –Las Helvéticas, Mu-, las peripecias del Corto son ante todo travesías del alma. Alguno dirá: pero los mejores libros del Corto Maltés no son esos, sino aquellos en que la aventura más tradicional está al frente, desde La balada del mar salado hasta Corto Maltés en Siberia. En todo caso se trata de aquellos relatos en los que el balance entre lo mundano y lo trascendente está mejor logrado. Para tratarse de un aventurero hecho y derecho, el Corto exhibe desde el comienzo un apego más que tenue a las ganancias materiales. En la mayor parte de sus historias pierde tesoros tan pronto los encuentra, sin mostrar contrariedad alguna; es como si el Corto evaluase la cuestión de acuerdo a la calidad del juego que entrañó hallarlos, antes que por su valor en efectivo. Más aun: el Corto parece siempre extrañamente dispuesto a sacrificarlo todo -las coordenadas del tesoro, el tesoro mismo- a cambio de bienes inmateriales como el amor de Pandora Groovesnore o la amistad de Rasputín. (Uno de los mejores personajes de la ficción mundial, dicho sea de paso: la capacidad de Pratt para hacer que Ras sea siempre tan cruel e impredecible como entrañable es -créanle a un escritor- un verdadero acto de equilibrio en las alturas.)
Cuando los sabios con que el Corto se cruza en el camino le dicen que busca algo que nunca encontrará, están predicando para un converso: el Corto sabe bien que no le hablan de tesoros. Por eso su derrotero se parece cada vez más a lo que los medievalistas llaman quest, una aventura-búsqueda con un objetivo no material sino místico –quest, por ejemplo, es la persecución del Santo Grial. Lo que el Corto intuye, y empieza a practicar de inmediato, es que en este mundo ya no queda lugar para las aventuras que no transitan por la avenida central del alma.
(Continuará.)