Marcelo Figueras
Ayer pesqué The End of the Affair por televisión. Me refiero a la película de Neil Jordan basada en la novela de Graham Greene, que aquí en la Argentina se llamó El ocaso de un amor. Ya la había visto más de una vez, pero volvió a resultarme irresistible. Los actores están maravillosos (Ralph Fiennes, Julianne Moore, Stephen Rea), la música de Michael Nyman es sublime –uno de los scores más tristes y bellos que recuerdo-, pero el anzuelo que me engancha cada vez es el misterio que está en el corazón de la historia que narra. Siempre pienso que la película no obtuvo el reconocimiento que merece, pero me resulta comprensible que el gran público la haya encontrado desconcertante. Después de todo, un triángulo amoroso que tiene a Dios por uno de sus vértices (aunque debería decir cuadrado, para ser geométricamente responsable), no es para el paladar de cualquiera.
La novela de Greene es narrada por Maurice Bendrix (aquí Ralph Fiennes), un escritor de discreto éxito que durante la Segunda Guerra vivió un intenso affaire con una mujer casada. En el presente del relato han pasado ya dos años desde que esta mujer, Sarah, puso fin al asunto; pero Bendrix está lejos de haberse sobrepuesto a ese amor. Un encuentro fortuito con el marido de Sarah, un gris funcionario llamado Henry Miles, le abre a Bendrix una ventana por la que colarse nuevamente en la historia. Henry sospecha que Sarah tiene un amante. Sobreactuando su rol de amigo, Bendrix le dice que contrate un detective privado para seguirla. Henry rechaza semejante iniciativa, que le parece escandalosa, pero de todos modos Bendrix la lleva a cabo por una sencilla razón: los celos que él mismo siente cada vez que piensa que Sarah tiene otro amante son más devoradores que los del marido.
La historia va y viene en el tiempo, regresando siempre al episodio que sumió a Bendrix primero en el dolor y después en el más profundo desconcierto. Sarah estaba en casa de Bendrix la tarde en que una bomba alemana cayó en las inmediaciones. Bendrix sobrevivió prodigiosamente a la explosión. Pero la alegría le duró poco, dado que apenas se recuperó del desmayo Sarah lo abandonó. Desde entonces ha vivido como alma en pena, hasta este presente en que se le cruza la oportunidad de descubrir la verdad. Sarah, hija de madre católica aunque no practicante, cayó de rodillas al creer que Bendrix había muerto y le pidió al Dios en quien no creía que por favor le devolviese la vida. Si Dios permitía que Bendrix viviese, ella le prometía romper con la relación para volver al sendero de la virtud. Cuando Bendrix reaccionó milagrosamente, Sarah entendió al instante que debía ser fiel a la promesa formulada in extremis; después de todo, Dios había cumplido con su parte del trato. Durante esos dos años de separación Bendrix lo ignora, pero el amante de quien siente tantos celos, aquel que lo ha apartado de los brazos de su amada al ofrecerle los suyos, no es otro que Dios mismo.
Lo que me conmueve de The End of the Affair –la novela, la película- es su asunción del misterio del amor humano. Sarah, que no creía en Dios, descubre cómo creer una vez que lo que ella interpreta como intervención divina preserva la vida de su amado. Creer es amar a alguien a quien no vemos, del mismo modo en que ella se ve obligada a amar a Bendrix –esto es, a la distancia y a pesar del silencio. El amado resulta inaccesible, pero el amor no cede ni decrece. A diferencia de lo que pretenden los preceptos religiosos, es el amor humano lo que le sirve a Sarah como camino hacia Dios, y no al revés: experimentar el amor humano, con su dosis inevitable de dolor y de pérdida, hace posible practicar el amor a este Dios encerrado en su silencio.
Creamos o no en algún dios, todos hemos experimentado la realidad del amor. Que nunca se vuelve más elocuente que en el fracaso: cuando hemos perdido al otro de una u otra manera, por decepción o por muerte, como le acaba de ocurrir a Lolichka con su madre, o a la hija de mi amiga con su niñita africana. Aunque el amado ya no esté, el amor persiste. Esto es lo verdaderamente inefable: el descubrimiento de que pase lo que pase, en presencia o en ausencia física y más allá de cualquier desencuentro (a veces me pregunto, querida Eréndida Gallardo, si la enfermedad no es tan sólo eso, un desencuentro transitorio), el amor subsistirá –lo cual equivale a decir: funcionará. Lo cual torna a la traducción del título The End of the Affair como El ocaso de un amor en un disparate, la negación misma de lo que la historia pretende contar, porque la muerte de Sarah no implica la muerte de sus sentimientos por Bendrix, ni los de Bendrix por ella. Creo, más bien, que lo que Graham Greene sugirió al titular su novela de esa manera fue, precisamente, que allí donde termina el affaire, la relación puramente romántica, es donde comienza el verdadero amor.