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Blogs de autor

El chico que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

Por 8 de junio de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Marcelo Figueras

Vaya esto para decirles a Gemafobia, Cristinaese y a quien firmó comentarios con una lacónica ‘A’, que he terminado de leer (devorado, más bien) La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, de Stieg Larsson, y que la he pasado muy pero muy bien. La novela retoma los personajes centrales de la primera entrega de la trilogía Millennium, la cada vez más fascinante Lisbeth Salander y el periodista Mikael Blomkvist (de cuya integridad Larsson mismo se mofa, llegando a  hacer que Lisbeth lo llame ‘Kalle Blomkvist de la mierda’), profundizando en sus personalidades y sus historias personales al tiempo que se mete con otra de las zonas oscuras de nuestras sociedades –en este caso, la trata de blancas.
    Como es obvio disiento con Nod, para quien al menos la novela inicial, Los hombres que no amaban a las mujeres, ‘no es más que un best seller del montón’. Y mi discrepancia se funda en varias razones.
    En primer lugar, ambas novelas (la tercera no ha sido editada aun en español) tienen una trama impecable; la segunda está al borde del tour de force, sosteniendo la tensión a pesar de que sus personajes principales pasan virtualmente todo el relato sin encontrarse. Alguien dirá que las tramas son lo que los best sellers suelen hacer mejor. Pero convengamos que en la última década el nivel general de las novelas populares dista mucho de lo que fue en, por ejemplo, la época de William Peter Blatty, Peter Benchley, Irving Wallace y el mejor Stephen King. Al lado de lo que hoy ocupa el Top Ten de las listas, El exorcista, Tiburón, La palabra y Carrie están en condiciones de aspirar al Pulitzer.
    En segundo lugar Larsson no escribe con los pies, lo cual lo diferencia de Dan Brown y de tantos otros autores del momento con los que preferiría no meterme. No diré que es inspirado, pero sí que es efectivísimo. Debe haber sido un muy buen periodista, porque sabe dosificar la información y no se va nunca por las ramas.
    En tercer lugar, con Lisbeth Salander el malogrado Larsson ha creado un personaje inolvidable, más grande que las novelas mismas. ¿De cuántos best sellers se puede predicar lo mismo? (Y no me tires a Harry Potter por la cabeza, Nod, cuyo fenómeno excede cualquier análisis de la norma –sumado al hecho de que contó con miles de páginas para desarrollar un mundo y sus características.) Voy a ir todavía más lejos: ¿de cuántas novelas  ‘serias’ de los últimos años podemos decir que han creado personajes inolvidables –tridimensionales, complejos, contradictorios y aun así seductores?
    Y cuarto y (por ahora) final: Larsson aprovechó las formas de un género narrativo popular para meterse con algunas de las tantísimas lacras de nuestras sociedades. Dado que la mayoría de los best sellers se contentan con producir pura distracción, el hecho de que este hombre haya ambicionado lo mejor de ambos mundos (esto es, ser compulsivamente legible al tiempo que poner la lupa sobre ciertas llagas muy reales) es, para mí, un plus que cargo en la cuenta de su haber. Me saco el sombrero ante este hombre que, hasta el último instante de su vida, mantuvo viva la indignación que le inspiraban las injusticias que mucha gente, de puro acostumbramiento, considera ya normales.
    Finalmente, Nod: ¿cómo y por qué promocionaría una película que no he visto, y que no se ha estrenado ni tiene fecha para hacerlo en el país donde vivo? ¿Por qué, en todo caso, promocionaría una novela que ni siquiera pertenece a mi editorial? Quizás no se den cuenta, porque no hay nada más fácil que tirar un par de líneas, firmar con un alias y cliquear donde dice enviar. Pero algunas de los comentarios que envían son impropios, y a menudo hasta ofensivos. Decir que estoy promocionando algo equivale a sugerir que cobro por ello. De lo cual, en ese caso, debería haber constancia fáctica; porque en caso de que no la hubiere, quedaría yo habilitado para hacer una denuncia por difamación –pero claro, ¿cómo hacerla si no sé quién es Nod? (A no ser que consiga una Lisbeth Salander que rastree la dirección de mail original. Lo cual, ahora que lo pienso, no es nada imposible.)
    Estoy seguro de que esa no fue tu intención, Nod. Pero en este mundo tan corrupto, la honestidad ha sido una de las bases sobre las que intenté construir no sólo mi carrera, sino también mi rol como padre de familia. Mis hijas suelen leer este blog, que escribo a diario (hoy es domingo por la tarde: ¿qué estás haciendo tú a estas horas?) sin cobrar un peso por ello. ¿Qué se te ocurre que sienten cuando alguien desconocido pone en duda algo que para mí es tan esencial, sin prueba alguna (porque para tenerla tendrías que fabricarla) y por ende de manera irresponsable?
    Pueden disentir con todas mis ideas. Esa es parte de la gracia del asunto. Pero en ese caso tómense el trabajo de argumentar. Nada me interesa más que la posibilidad de sumar puntos de vista sobre los temas que se me ocurre tocar: ¿para qué sostendría este blog, si no alentase la posibilidad del intercambio? Pero hay demasiada gente cuya idea de la participación en este sitio pasa por la inhabilitación del otro, que a menudo llega al insulto. Esos comentarios no dicen nada nuevo sobre lo que yo planteo, pero –ay- dicen volúmenes sobre sus propios autores.
    Me pregunto por qué habrá tanta gente que mira con suspicacia un comentario positivo sobre algo (lo cual implica, esencialmente, compartir un placer o un descubrimiento), pero no sospecha nada raro cuando el mismo comentarista destroza a alguien. ¿Por qué serán legión los que se sienten más cómodos con la destrucción que con la construcción?
    Dicho lo cual vuelvo al punto. Para mí las dos novelas editadas del pobre Larsson (que murió antes de verlas en papel, lo cual torna su éxito algo amargo) no son best sellers del montón. Ojalá lo fuesen, en todo caso, si esa fuese una indicación del nivel de la media. ¡Pero no lo es!
    En un mundo ideal, todos los best sellers tendrían el nivel de los de Larsson.  

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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