
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Y sin embargo -contradiciendo a Yeats, nada menos- el centro sigue sosteniéndose. Por supuesto que este centro no alude a una posición política sino al eje simbólico que vertebra el mundo, la columna que hace posible nuestra existencia. ¿Por qué seguimos aquí, pues, todavía respirando sobre esta Tierra en las primeras horas del año que despunta? Porque a pesar de la enjundia de los peores, existen millones de personas sobre este planeta -de todas las razas, de todas las confesiones, de todas las clases- que despiertan cada día con la convicción silenciosa de vivir de manera positiva, aspirando a una felicidad que no está construida sobre el malestar de los otros.
Lo que yo tengo que oponer a la portentosa malicia de mis congéneres más poderosos es muy simple, hasta nimio: la sonrisa del pequeño Bruno, mi hijo de cuatro meses. Bruno despierta cada mañana y de cada siesta con la misma, clara sonrisa que ilumina los días de nuestra familia. Por supuesto, no lo atribuyo a un mérito individual de Bruno sino a la condición de su existencia: la mayoría abrumadora de los niños del mundo que viven como él -bien alimentados, abrigados y mimados, por oposición a aquellos que, por ejemplo, son bombardeados a diario o no tienen padres o son víctimas de la violencia de la miseria- tienden a despertar con una sonrisa, en tanto identifican la vigilia con el placer elemental de vivir.
Mi madrina Sara, que en paz descanse, solía contar que le pedía a mi padre que preservase la sonrisa que al parecer yo también tenía de niño. Intuyo que lo decía ante la evidencia de que yo ya no sonreía de la misma manera que en las fotos más viejas. Mi pobre madrina debe haber sobreestimado el poder de mis padres, de cualquier padre: sólo podemos preservar la sonrisa de nuestros hijos hasta el momento en que el mundo irrumpe en nuestro mundo privado, proponiendo una dinámica infinitamente más salvaje. Pero eso no significa que debamos bajar los brazos. Este 2009, por lo pronto, me presenta el desafío de preservar la sonrisa de Bruno durante 364 días en el seno de mi hogar; y en lo que hace a la actividad que me enfrenta al resto del mundo, aun en la consciencia de lo modesto de mis posibilidades, me insta a optar por la belleza en vez de su negación, a creer en la generosidad de una especie que nació gregaria en vez de practicar -como tantos de ‘los peores’ que monopolizan los titulares de los diarios- la ferocidad del predador solitario.
Como sé que no estoy solo en esta intención -ustedes están ahí, por lo pronto- me animo a pensar contra toda esperanza que este 2009 puede ser un año maravilloso.
Por lo pronto, amén.