
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
De tanto en tanto Mirtha Legrand comete un sincericidio ante cámara. Hace algún tiempo, en los albores del kirchnerismo, expresó sus temores de forma campechana que contrastó con sus habituales modales rococó: “Se viene el zurdaje”, dijo, como quien dice se viene el malón, o la peste, o el aluvión zoológico. En estos días, dejándose llevar por la euforia que le inspiró el triunfo neo-neoliberal en las elecciones, criticó a la Presidenta porque hablaba sobre Honduras, replicándole desde su programa: “¿Y a mí qué me importa Honduras?”
Se preguntarán quién es Mirtha Legrand. Es una actriz que desde hace décadas conduce un programa de TV donde almuerza ante cámaras en presencia de invitados. Nacida Rosa María Juana Martínez, al iniciar carrera en el mundo del espectáculo adoptó el francófilo, y por cierto nada modesto, apelativo de Legrand. Pretensiones como ésa representan una constante perversa de una franja de la sociedad argentina, siempre desesperada por ser lo que no es pero contentándose con parecerlo.
El exabrupto sobre Honduras es rico. Por lo que revela del concepto que Rosa Martínez tiene sobre los países latinoamericanos que no abundan en “gente como uno”. Por lo que sugiere sobre la importancia que le asigna a los golpes de Estado cívico-militares. (Rosa Martínez no tiene nada contra los golpes cívico-militares. Ha seguido trabajando como si nada en múltiples dictaduras, contratada por canales administrados por militares, lo cual aclara que las dictaduras tampoco tuvieron nada contra ella.) Pero ante todo, porque significa el hallazgo de una fórmula que Rosa Martínez podría seguir usando para verter su verdadero pensamiento, aquel que se le escapa cuando se distrae o se engolosina.
Y así cualquiera de estos días dirá: “¿A mí que me importan los pobres?” O bien: “¿A mí qué me importa Africa, o Bolivia, o Irán?” O lo que se convertiría en un clásico instantáneo, al cristalizar aquello que ha ido demostrando en los hechos durante años, por ejemplo al manifestar lo mal que tolera el disenso en sus mesas (pregúntenle a Cecilia Rosetto o a Horacio Verbitsky): “¿Y a mí qué me importa la democracia?”
Por fortuna este país está lleno de gente a la que le importa Honduras, y que está dispuesta a hacer lo que esté a su alcance para evitar que a los hondureños les pase lo que a nosotros nos pasó tantas veces.
Pero claro, también existe gente que añora aquellos tiempos. Rosa Martínez es apenas una de sus voces más estentóreas.