
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Llegué a Let the Right One In porque me habían dicho que era una estupenda película de vampiros. Pero si me gustó fue precisamente por la sagacidad con que utiliza los elementos del género: la cuestión de los vampiros es apenas un recurso narrativo que siempre aporta misterio, pero la esencia de Let the Right One In pasa por otro lado. El film del sueco Tomas Alfredson es, por encima de toda otra consideración, una historia de amor entre dos inadaptados. Una suerte de Midnight Cowboy preadolescente –lo cual incluye, por cierto, la marginalidad y ambigüedad sexual del original.
Basada en una novela de John Ajvide Lindqvist, Let the Right One In (título que remite a una canción de Morrissey, el rey de los inadaptados) cuenta la historia del pequeño Oskar y de su amor por su nueva vecina, la vampiro Eli. Hijo de padres separados, Oskar sabe que no puede contar con uno ni con otro. En la escuela es víctima recurrente de sus compañeros, liderados por un tal Conny. La llegada de Eli al vecindario (de hecho se muda al apartamento contiguo al de Oskar) significa primero una compañía para su soledad, y después un aliciente para enfrentarse a los matones que lo atormentan. Pronto se están pasando mensajes en Morse a través de la pared.
La improbable relación entre ambas criaturas se concreta porque aun cuando Oskar descubre quién es Eli en realidad (en lo que hace a su condición de vampiro, y a la zona gris de su sexualidad), la acepta tal cual es. Por supuesto que las costumbres de Eli le producen un profundo rechazo, pero Oskar logra cruzar ese puente una vez que acepta el pedido que Eli le formula: ‘Sé quien soy aunque más no sea por un instante’. Si todos nos pusiésemos en el lugar del otro tal como Eli lo solicita, si todos invitásemos al otro a entrar en nuestra casa como presupone el folklore en torno de los vampiros, ¿no sería nuestro mundo infinitamente más amable?
Dejen de lado la cuestión de los vampiros. Más allá de su violencia y de su oscuridad, Let the Right One In es una de las películas más tiernas que he visto en mucho tiempo.
Y para aquellos que se quedaron con la duda: la palabra que Oskar le comunica a Eli en la escena final, con golpecitos en clave Morse, es la siguiente: k-i-s-s.