
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Anoche tuve un sueño muy simple. Me reunía con un grupo grande de gente -nadie de la vida real, aunque sentía que los conocía a todos- con la idea de ensayar canciones a capella. (No pregunten por qué: ¡ya dije que se trataba de un sueño!) Yo sugería Because, de Los Beatles; asumo que porque es una canción con muchas voces. La poníamos a prueba y en efecto, sonaba maravillosa. Y de inmediato la gente se dispersaba con distintas excusas: algunos por simple distracción, otros porque querían imprimir la letra… (Que es tan simple como el sueño, y en su parte esencial dice: ‘El amor lo es todo, el amor es nuevo / El amor lo es todo, el amor eres tú’.)
Me pasaba el resto del sueño tratando de que la gente volviese a cantar, a involucrarse en la melodía inolvidable. Desperté frustrado, claro. Y de inmediato entendí por qué había imaginado semejante cosa. (No esperen una explicación psicoanalítica: poética, en todo caso.) En los últimos tiempos vivo obsesionado por el genocidio palestino en particular, y en general por los argumentos que usa la gente para racionalizar el asesinato de niños. Sabrán disculpar, pero a mí las excusas que oigo por doquier -que no quedaba otra opción que esa violencia, que aunque X haya disparado la culpa de esas muertes es de Z- me suenan a monstruosidad lisa y llana, a pesadilla que se quiere hacer pasar por razón. E imagino que en mi sueño apelaba a la común humanidad -por algo los conocía a todos, aun cuando no supiese quiénes eran-, tratando por eso de que saliesen de sus burbujas individuales para volver a intentar la aventura de la canción compartida, esa música que sonaba tan maravillosa -cuando todos cantábamos nuestra parte en la armonía.
Si cada uno canta su canción individual, lo que se oye es ruido.
Si cantamos con otros, en lugar de en contra de otros, lo que suena es Because.
El amor lo es todo. El amor eres tú.