
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
El sábado por la tarde, mientras esperaba en el cine la proyección de Terminator: Salvation (que no está nada mal, dicho sea de paso, a pesar de lo que le han pegado al pobre McG), me puse a hablar con mi hija Milena de cuánto había cambiado el acceso a los relatos cinematográficos en el transcurso de mi vida. Cuando yo era pequeño, la única forma de ver cine era ir al cine; o en su defecto esperar años a que la TV emitiese versiones –en blanco y negro, dobladas y llenas de cortes comerciales- de tan sólo una ínfima parte de los estrenos.
El domingo por la mañana no pude menos que sonreír, cuando vi que el suplemento Radar del diario Página 12 hacía un homenaje a las películas en video a partir de la noticia de que la última fábrica de tales productos –situada en Florida, Estados Unidos- había dejado de producirlos. Yo le había contado a mi hija cuánto había significado para mí la bendita institución del videoclub: ¡por primera vez en la Historia, uno podía ver (casi) todo lo que quisiera, cuando y cada vez que quisiera!
Para las nuevas generaciones, sin embargo, esto de tener sus deseos al alcance de los dedos es el orden natural de las cosas. El jueves pasado, el amigo Pablo Terrusi de Palermo Films me contaba que su hijo pequeño está habituado a bajarse todos los materiales que quiere al iPhone, al punto que la noción de esperar a que algo ocurra en un horario determinado (como uno esperó siempre estrenos, o emisión en días y horas puntuales) se le escapa por completo. Milena misma, con quien durante tantos años compartimos la visión de series y películas, se corta sola ahora y ve temporadas enteras antes de que yo vea siquiera primeros capítulos –emitidos por TV, como antes: ¡la fuerza de la costumbre!
Por supuesto, el permanente desarrollo de la tecnología digital hace que uno no extrañe nada a los viejos videos, que sonaban tan mal y se veían tanto peor. Pero las generaciones que formamos partes del antes y el después de esa tecnología le estaremos eternamente agradecidos –mientras corremos felices a abrazar el HD, los televisores de plasma y cualquier otra de esas maravillas que nos permiten ver y escuchar cada vez mejor.
“Aunque más no sea en este aspecto”, dije entonces, mientras las luces se apagaban y empezaba a sonar la música de Danny Elfman, “el mundo se desarrolló tal cual lo imaginé en mis sueños más desaforados”.
En el resto de los aspectos, sin embargo…