Lluís Bassets
Vale la pena tener presentes las once exigencias de la ong Human Rigshts Watch a la nueva Administración norteamericana que se instalará el 20 de enero. Creo que van a ser una buena vara de medir sobre el rumbo de Obama. Su principal reto ahora mismo, antes de tomar posesión, es la devastadora crisis económica que está golpeando el conjunto del planeta (véase cómo van las cosas en China, donde crecen los disturbios sociales y laborales a pasos de gigante). Pero dónde debe mostrar su temple moral y su voluntad política es en estas exigencias que le presenta una de las principales entidades ocupadas de la defensa de los derechos humanos en el mundo. El primer punto, como no podía ser de otro modo, es el cierre de Guantánamo. Pero hoy quiero referirme especialmente al cuarto, en el que se le pide a Obama que "rechace la ‘Guerra Global contra el terror’ como base para detener a sospechosos de terrorismo".
La propuesta de la ong está muy bien, pero para mi gusto todavía se queda corta. El concepto de Guerra Global contra el Terror no ha sido utilizado tan sólo como base supuestamente jurídica para detener sospechosos de actividades terroristas, sino que ha servido para construir el entero armazón de una presidencia abusiva, que sustrae al comandante en jefe militar que es el presidente de Estados Unidos del control parlamentario y judicial y le proporciona poderes especiales e indefinidos para ordenar todo tipo de actividades ilegales en la lucha contra el terrorismo.
Este concepto fabricado por la Administración Bush y sus neocons presenta al terrorismo como una ideología política, envuelve todos los terrorismos en un mismo paquete al que llamamos global y declara que estamos en guerra con él, algo que exige la utilización de medios militares. En su literalidad comporta un conjunto de peligrosas falacias: el terrorismo es un método execrable de combate político pero no una ideología; no se puede envolver e igualar a todos los terrorismos, si no queremos amanecer un día combatiendo juntos con Putin a los chechenos y con Hu Jintao a los nacionalistas de Xing Jian; y no es una guerra que debamos confiar a los militares, sino un combate muy complejo, civil, policial y militar, en el que hay que utilizar también la información, la diplomacia y la acción política. Tampoco es admisible que utilicemos el concepto de forma más laxa, como una metáfora: las carga el diablo y terminan buscando el significado literal.
Los ataques terroristas de Mumbay son fácil cebo para interpretaciones excesivas que reavivan esta idea de una Guerra Global contra el Terror. El ataque al centro turístico de una ciudad por una guerrilla, con atentados simultáneos y toma de rehenes, es lo que más se parece a un escenario bélico. Pero hay que ir con mucho cuidado porque una de las consecuencias más perversas de estas valoraciones entre frívolas e improvisadas es señalar al islam y a los musulmanes de todo el mundo como la base social y cultural de este terrorismo global al que declaramos la guerra. Además de que es mentira, es muy injusto porque las primeras víctimas de los principales grupos terroristas que reivindican al islam como ideología son los propios creyentes islámicos. Hay que intensificar la cooperación internacional contra estos grupos. No hay que bajar la guardia ante la amenaza terrorista. Pero sería mejor que diéramos por terminada esta guerra global contra el terrorismo que nunca debió existir.