Lluís Bassets
No es aconsejable regocijo alguno ante la situación, al borde de la escisión, en que se encuentra el socialismo francés. Francia necesita, como todo país democrático, una fuerte oposición que controle y equilibre el poder del Gobierno. Y más todavía cuando se trata de un régimen presidencialista en el que el titular de la jefatura del Estado es alguien tan personalista y ávido de protagonismo como Nicolas Sarkozy. No es bueno para Francia y tampoco es bueno para Europa, donde las cosas funcionan regularmente bien cuando hay dos grandes fuerzas o tendencias en competencia.
El PS ha sido hasta ahora uno de los grandes partidos de Gobierno europeos. La crisis de liderazgo en que se encuentra es muy expresiva de una crisis todavía mayor del conjunto de la izquierda europea, aunque en el caso francés está revestido de mayor gravedad y dramatismo. Afecta a las ideas y a las personas: hay un agotamiento ideológico y una gran dificultad para generar líderes creíbles y capaces de sacar a sus tropas del atolladero. La falta de pegada final de Ségolène Royal viene a corroborarlo. Por más que su imagen se identifique con la renovación y la movilización directa de los militantes, ha demostrado una gran incapacidad para hacerse respetar y convencer a los cuadros y a los viejos líderes de su partido.
Su reacción ante una votación tan ajustada y disputada no ha sido tampoco la más aconsejable para quien pretende convertirse en la dirigente de todos los socialistas y en la candidata presidencial en 2012. Es evidente que una votación en la que la diferencia es de unas decenas de votos requiere una revisión y validación escrupulosa del recuento. Pero una cosa es plantear recursos e incluso denuncias y otra muy distinta es romper la baraja, apuntarse al malperder, que suele terminar desautorizando a quien lo hace.
Al final, en casos como éste, las cuestiones ideológicas desaparecen y surge como única explicación la cruda y dura lucha por el poder, una lucha que puede conducir a veces a actitudes suicidas: se prefiere la derrota de todos antes que la victoria de uno sólo. Este adelgazamiento ideológico deja flancos abiertos a izquierda y derecha, que en las actuales circunstancias se pueden llenar con el intervencionismo y el ‘socialismo’ de súbita adquisición de Sarkozy o con el anticapitalismo de Besancenot.
Uno de los problemas que tienen los grandes partidos socialistas europeos, con excepción del español, es la marea izquierdista que amenaza con llevarse parte de su electorado en un momento de recesión y le sitúa en difícil posición para mantener o alcanzar el poder. Pero en el caso francés se ve agravada por la alternativa centrista que es François Bayrou, que podría aspirar a convertirse en la oposición por defecto, y por la vocación totalizadora de Sarkozy, que aspira a serlo todo y hacerlo todo, socialismo incluido.
La crisis de la izquierda francesa tiene su equivalente en Italia y puede tenerlo dentro de pocos meses en Alemania, si queda fuera del Gobierno por el crecimiento de Die Linke (la Izquierda). Las nuevas contiendas electorales, en plena depresión económica, pueden proporcionar encima sorpresas desagradables. No parecen ser estos los mejores tiempos para el reformismo socialdemócrata y liberal y más bien se intuye que calarán mensajes e ideas populistas y proteccionistas.