Lluís Bassets
La fórmula ?re? tiene una declinación oculta en Davos: redención. Los problemas de más difícil solución siempre tienen una fórmula redentora y ésta surge de la capacidad infinita de invención que tiene el ser humano. Claudi Pérez, el colega y amigo que ha cubierto para El País el Foro de este año, sitúa la innovación como una de las tres piezas de la Santísima Trinidad davosiana, junto a la globalización y la desregulación. La desregulación se encuentra ahora en horas bajas; la globalización está averiada por la ausencia de piloto al frente de la nave; por lo que sólo queda la fe en la innovación a la hora de mantener despierto el espíritu del capitalismo de Davos. De ahí que se concentre en ella, y en su resultado, la tecnología, la posibilidad de redención por nuestros pecados.
La innovación tenía que acabar con los ciclos económicos. De eso hace ya diez años y se lo llevó por delante el estallido de la burbuja tecnológica. Con la utilización de las nuevas tecnologías digitales iba a desaparecer casi toda la intermediación inútil e iban a surgir como setas en otoño las oportunidades de negocios y los márgenes de beneficios de los lugares más insospechados. Hasta tal punto de que los ciclos iban a dulcificarse hasta hacerse prácticamente imperceptibles los momentos de ligera declinación.
Lo mismo ha sucedido con la innovación financiera. La dispersión del riesgo en el espacio y en el tiempo iba también a impulsar un crecimiento insospechado, al ofrecer oportunidad de financiación para nuevos y a su vez también innovadores negocios. No se tenía en cuenta que pirámides como la de Madoff se ocultaron cómodamente detrás de tales esquemas y que lo mismo sucedió con la burbuja inmobiliaria, una forma de pirámide de responsabilidades colectivas.
También la teoría de la guerra de Donald Rumsfeld, la mano derecha bélica de Bush, estaba centrada en el carácter taumatúrgico de la tecnología. Pequeños ejércitos, altamente tecnológicos, podrían abordar las tareas que hasta ahora habían necesitado despliegues de millares de hombres. (La acompañaba, es cierto, con la privatización de la guerra y la seguridad). Los resultados están a la vista: Irak y Afganistán.
Finalmente, la última acción redentora de la tecnología es la que se espera con motivo de la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera. Si hay que elegir entre la voluntad política y el milagro no hay lugar para las dudas. Quienes más se han opuesto hasta ahora a los acuerdos sobre reducción de emisiones se aferran a la existencia de tecnologías económicamente viables para capturar y enterrar los gases, a las mejoras de la eficiencia energética y a la energía nuclear.
Cada una de las tres actividades tiene su papel y su futuro en el cumplimiento de los objetivos, pero confiarlo absolutamente todo en las virtudes de la innovación sin afectar a los estilos de vida que conducen a un gasto energético excesivo y sin considerar que hay que pagar un precio alto, en inversiones públicas y privadas y en sacrificios de todo tipo, es caer de nuevo en un fetichismo tecnológico que se ha demostrado una y otra vez inútil o directamente perjudicial.
Pero seguramente pedir al hombre de Davos que deje de adorar la innovación es derribar al único de los tres fetiches que ahora mismo se mantiene en pie en esta religión de la hipermodernidad.