Lluís Bassets
Hay preguntas que son más necesarias que nunca. Todos sabemos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que estamos en la hora de la gran tijera que todo lo recorta. Son momentos delicados, en los que la poda se lo lleva por delante todo, sin distinguir entre las ramas realmente superfluas y las que son necesarias para que el árbol vuelva a florecer y a dar frutos. Quien maneja la tijera debe intentar evitar esto último y preguntarse antes de cada tajo sobre las consecuencias que tendrá esta rama caída, algo que requiere frialdad de juicio y también autoridad para una decisión tan extrema. Hay, sin embargo, una pregunta previa respecto a los recortes que los podadores normalmente no pueden ni quieren plantearse y versa sobre la autoridad y el criterio para realizar el recorte. Por que como se está viendo, a la entera clase política española, con excepciones que se cuentan con una mano, a derecha e izquierda, los de arriba y los de abajo, los españolistas y los antiespañolistas, le faltan ambas cosas.
Basta con echar un vistazo a la lista de la infamia en el gasto público irracional a la que todos han colaborado y que algunos todavía tienen la desvergüenza de defender. Los edificios públicos monumentales vacíos, los trenes de alta velocidad sin viajeros, los aeropuertos sin aviones, los campeonatos del mundo de automovilismo y de motos subvencionados, las compañías aéreas quebradas, las cajas de ahorro hundidas, los museos, pabellones deportivos y auditorios sin visitantes, las televisiones autonómicas babilónicas, y para qué seguir, son los elementos de una burbuja política en la que se mezcla el clientelismo electoral, la financiación ilegal de los partidos y directamente la corrupción.
Pues bien, quienes están ahora tijera en mano practicando el recorte son en su inmensa mayoría exactamente los mismos que han creado los niveles intolerables de déficit público y que ahora nos exigen los sacrificios que significan pagar más impuestos y recortar el Estado de bienestar. Esta confusión interesada de los podadores da pie a una confusión igualmente interesada respecto a los recortes. Si unos niveles mínimos de Estado de bienestar no son sostenibles, si no se puede pagar pensiones dignas, subsidios de desempleo a los parados, mantener los niveles de la educación y de la salud o proseguir con la política de dependencia, no es porque la sociedad española no pueda organizarse solidariamente para cubrir todas estas necesidades, sino porque sus representantes se han dedicado durante décadas a gastar el dinero que no era suyo en otras cosas perfectamente prescindibles y a favor de sus intereses electorales, partidistas o directamente pasándolo a su bolsillo en el caso de los corruptos.
El activista conservador estadounidense, Grover Norqvist, ha conseguido que una gran mayoría de los congresistas republicanos firmen un juramento dirigido a sus electores en el que se comprometen a no subir los impuestos en ningún caso (Taxpayer Protection Pledge). Los conservadores europeos, sobre todo continentales, no podrían firmarlo porque nos están breando y van a seguir breándonos a impuestos, aunque antes de hacerlo algunos han procurado bajárselos a los suyos: lo hizo Sarkozy solo llegar al poder, lo ha hecho Esperanza Aguirre, y también lo hizo Artur Mas en Cataluña.
Pero lo propio en la tierra del despilfarro no es un juramento contra los impuestos: los necesitamos y vamos a necesitar más para enderezar las economías europeas. Lo propio es evitar que sean precisamente los malgastadores quienes se dediquen a recortar, sabiendo como sabemos ahora que no tienen ni autoridad ni criterio para hacerlo. Antes de que un presidente, un ministro, un consejero o un alcalde nos vengan a recortar derechos sociales deberíamos conocer qué parte de responsabilidad tiene él y su partido en la fabricación del déficit mediante gastos inútiles socialmente pero políticamente rentables para sus intereses particulares. Después, además, deberíamos exigirle que nos firme también un juramento respecto al gasto público de nuestro dinero, para evitar que pueda tomar decisiones de gasto que todos tendremos que pagar luego pero solo beneficiarán a él y a su partido.
Es evidente que estamos aprendiendo una nueva cultura de la austeridad. Pero los primeros que deben hacerlo son los responsables de las decisiones de gobierno que han llegado donde están gracias a la cultura del despilfarro. En realidad, esta crisis debería ser un estímulo para que los ciudadanos hiciéramos la criba, es decir, echáramos a todos los responsables de este desastre y buscáramos nuevos representantes capaces de empezar de cero con mayor respeto y atención a los ciudadanos y a su dinero.