Lluís Bassets
Ni las ideas ni las palabras pueden matar. Ni siquiera pueden las armas por sí solas. Tampoco suele producir efectos letales que alguien atiborre las mentes de los locos de ideas locas a través de palabras locas: a lo más puede conducir a una pelea de borrachos o a una tertulia de Intereconomía. Lo que suele producir efectos letales con preocupante frecuencia es que los locos atiborrados de locas ideas por palabras locas puedan comprar libremente armas automáticas de repetición en la tienda de la esquina.
Los locos de las ideas y de las palabras no tienen culpa alguna de la matanza, es cierto. Menos culpa tiene todavía la etiqueta del conservadurismo americano que pretende acogerles. Pero alguna reflexión debieran hacer quienes, además de difundir locas ideas y palabras locas, defienden el derecho constitucional a pasear con una pistola Glock 19 por los mítines políticos de la competencia.
La política vive en todo caso de los accidentes de recorrido. Gestionarlos es el arte en el que sólo los más consumados equilibristas consiguen sobrevivir. Sarah Palin tiene ahora algo más cuesta arriba su candidatura a la presidencia: en el futuro deberá cuidar un poco más sus metáforas y sus imágenes. Las ha utilizado ella y lo han hecho también otros políticos demócratas. No se puede marcar a los adversarios con dianas como hacen los etarras con sus enemigos.
Las tropas desordenadas del Tea Party también deberán cuidar un poco más su retórica. Los republicanos moderados sacarán provecho de la tragedia: con candidatos lunáticos no tienen nada que hacer frente a Obama en 2012. El momento de reflexión abierto por la tragedia de Tucson les ayudará en este distanciamiento.
El trauma puede favorecer a Obama y a los demócratas. A menos que quieran aprovecharlo, porque entonces les perjudicará. Por eso ya se les ataca desde el lado contrario. Y por lo mismo deben evitar toda contribución a la polarización: lo es insinuar las responsabilidades del Tea Party y de Sarah Palin.
El calendario político ya ha quedado alterado. Y no hay poder alguno capaz de mantenerlo. Un acto de violencia política tiene efectos políticos por más que nos repugne rendirnos a las imposiciones de la violencia. Al loco solitario no le llamamos terrorista porque no tiene organización, ideología, objetivos políticos y continuidad en sus acciones. Pero es como un átomo libre y único del mismo tipo de elemento que compone las células y las organizaciones terroristas.
Por eso un atentado como el de Tucson requiere el mismo tratamiento que el terrorismo: hay que evitar que alguien, incluso desde el antiterrorismo, saque provecho de la violencia.