Lluís Bassets
Puede ser desesperación, como dice Der Spiegel, pero puede ser algo de más difícil comprensión, y es que Merkel se haya creído su eslogan de que la política europea es política interior alemana. Lo dijo en Davos y lo repitió al día siguiente en la entrevista que dio a este periódico. La idea de que la Unión Europea es el terreno de juego de las instituciones alemanas sería muy bella si funcionara como una ley generalizable a todos los socios y no como el principio de uno para uno mismo, Alemania. Ahora mismo significa que el Bundestag, el Bundesverfassungsgericht y el Bundesregierung (parlamento, tribunal y gobierno) se sitúan en la práctica por encima de los parlamentos, tribunales y gobiernos de cada uno de los países socios, al menos los del euro, y por encima también del parlamento, el tribunal y la comisión europeos. Unos, los socios, pierden soberanía; otro no alcanza a tenerla, la Unión; y Alemania la expande. Se entiende perfectamente, aun sin estar de acuerdo, que un movimiento de este tipo sea el que facilite el portazo a Cameron y a cualquiera, Chequia por ejemplo.
Pudiera ser que hubiera un elemento táctico o provisional en esta Europa alemana que se está configurando al calor de la geoeconomía que ha venido felizmente a sustituir con su soft power a la geopolítica militarizada. Según esta teoría, Merkel estaría empujando para obtener la austeridad de los despilfarradores y la renuncia a la soberanía de los más reticentes a la Unión Europea, pero su objetivo final sería la entrega del poder soberano a la unión fiscal resultante, objetivo muy cercano a la unión política que Kohl quiso pero no pudo conseguir en Maastricht. Están bien las lecturas piadosas, pero para qué ocultar que esta dura táctica puede servir a quienes quieren echar a los países del sur y a quienes nada quieren saber de una Europa federal unida, que al final son los mismos. También hay que tener en cuenta que las mejores intenciones europeístas pueden naufragar si Grecia no aguanta y sigue luego el efecto dominó: es decir, si se cae el euro.
Respecto a la eficacia de la campaña, hay que decir que un programa compuesto de austeridad y de entrega de soberanía a Alemania, en vez de crecimiento y entrega de soberanía a una Unión equilibrada, gobernada y sin directorios, es la vía más segura para el fracaso. Sarkozy lo tiene mal, pero si Merkel insiste puede tenerlo peor. Habrá que ver luego si una campaña francesa con malos resultados se convierte en un lastre para la campaña alemana de 2013. En cuestión de campañas electorales, la mezcla de géneros y la confusión de niveles suelen producir efectos perversos. Cada uno tiene que ganar la suya y estar preparado para pactar luego con quien gane en las otras. Convertir la política europea en política interior alemana destruye además una regla que ha funcionado de maravilla en las relaciones bilaterales intraeuropeas, como es que los colores distintos liguen mejor que las cartas del mismo palo. Y nos hace temer que los social cristianos alemanes quieran ganar a partir de ahora todas las elecciones que se celebren en Europa. Una pretensión tan absurda debería levantar los ánimos decaídos de toda la socialdemocracia europea.