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Las monedas son mortales

Por 24 de noviembre de 2010 Sin comentarios

Lluís Bassets

Las civilizaciones, los regímenes, las dinastías, las instituciones, las religiones incluso, son mortales, tal como supo ver Paul Valéry hace un siglo. ¿Cómo no van a ser mortales las monedas? Nuestra generación ha visto desaparecer un buen puñado de ellas, centenarias en su mayoría, para dar lugar a un nuevo nacimiento, que se nos antojaba glorioso y perenne. ¿Cómo no va a ser mortal esa nueva moneda común, fruto de una extrema suficiencia, que nos hizo confiar en una futura voluntad política que luego nunca apareció?

?Nous autres, les civilisations, nous savons maintenant que nous sommes mortelles?, escribió Valéry en 1919, después de la terrible carnicería que diezmó a las poblaciones en la primera gran guerra europea. Las ventajas que tenemos ahora los europeos es que no necesitamos que llegue el desastre, que caiga el euro, y con él Europa, tal como ha advertido Angela Merkel, para saber que la moneda europea es mortal, y que puede morir bien joven, tan sólo diez años después de que empezara a circular.
No valen ya los razonamientos que pretenden salvarla cantando sus excelencias durante la crisis: ¿pero qué hubiera sido de nosotros sin ella?, dice este argumento. La realidad es que para vivir hace falta voluntad de vida, y eso es lo que le falta al euro, ahogado por la estrechez de miras y la desidia de todos sus socios. Los irlandeses se sienten heridos en su pundonor nacionalista por las instrucciones impartidas desde Bruselas sobre el alcance de los recortes presupuestarios que se necesitan. No quieren ni hablar de incrementar su impuesto de sociedades, ahora sólo en el 12?5 por ciento, como si los otros países europeos que van a ayudarles con su dinero no sufrieran de su competencia desleal a la hora de atraer empresas extranjeras.
No son los únicos encerrados en su propio juguete nacional. Les sucedió a los griegos, con sus datos económicos falsificados que les permitieron encajar aquellas cifras maquilladas con los criterios de convergencia. Nos puede suceder a los españoles, fabricantes de déficits públicos impenitentes, que aprendimos todos los trucos para aplazar las cuentas en rojo cuando había que presentarse en Bruselas con los deberes hechos: ahora es el momento en que van a aflorar los peajes en la sombra, los déficits de la tarifa eléctrica, el endeudamiento de las haciendas locales, los pufos de las cajas de ahorro, los lujos del café autonómico para todos, y para qué seguir: ya lo harán otros cuando lleguen las facturas.
Lo más prodigios del caso es el aprovechamiento político que quieren hacer algunos de esta situación límite, en el instante preciso en que tomamos conciencia de la mortalidad del euro y por ende de la mortalidad de Europa. Nadie ha quedado exento en esta fábrica de déficits públicos, como nadie puede desentenderse de la fabricación de la burbuja inmobiliaria. Zapatero no supo enfrentarse a la crisis hasta ahora, pero la crisis es tan suya como de Rajoy y de Aznar, como lo son los déficits ahora aflorados y diferidos por una gestión tramposa o las burbujas inmobiliarias estimuladas no tan sólo por el dinero barato, sino también por las exenciones fiscales y el desmadre de las recalificaciones urbanísticas y su secuela corrupta. ¡Y pensar que Sarkozy a su llegada al Eliseo querría imitar el modelo español de propiedad inmobiliaria!
El euro es mortal, y no podemos descartar que se nos muera bien joven en cualquiera de estos embates monetarios. Pero el euro morirá con toda seguridad si nos empeñamos en aplicarle la eutanasia. Así lo están haciendo, entre muchos otros, quienes tienen como primera y única mira derribar a los gobernantes para ponerse ellos en su lugar. La responsabilidad de cada uno y la suma de todas ellas, traducida en voluntad política europea, es lo único que puede salvar a Europa y a su moneda. Si cada uno va a lo suyo, sea en el juego de alcanzar el poder, sea en el de defender el exclusivo interés nacional, nos quedaremos sin lo uno ni lo otro, sin lo que nos corresponde a todos juntos y, como castigo, sin lo que nos correspondería a cada uno por separado.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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